
Una guerra del siglo XX pensada en el siglo XIX:
El Siglo XIX había pasado de largo y dejado tras de sí incontables transformaciones en las estructuras políticas y económicas de las naciones europeas. Más profundas serían aún tras la Primera Guerra Mundial. Pero si algo no había hecho la centuria revolucionaria por excelencia era dejar un reguero de cicatrices de guerra en Europa.
Apenas un puñado de enfrentamientos a gran escala entre otras naciones se pudieron contar. Las más importantes, la Guerra de Crimea, en una remota península rusa disputada entre los zares y el vetusto y decadente Imperio Otomano, y la Guerra franco-prusiana de 1870, una serie de enfrentamientos entre el terminal imperio de Napoleón III y la proto-Alemania impulsada desde Brandenburgo por Bismarck y los Hohenzollern. Pero poco más. No hubo ocasión de exhibir muchos avances en materia técnica.
Europa asistía a una revolución en materia armamentística: de las balas de cañón se pasaba a los proyectiles altamente explosivos, lo que condicionaba las maneras y tácticas de guerra de un modo radical, del caballo al tanque, del globo al avión, así fue como la Primera Guerra Mundial revolucionó el arte de matar para siempre.
En el agitado imaginario bélico de la Europa de aquellas décadas la guerra era un anhelo que se había mamado, en forma de resentimiento y nacionalismo, desde hacía años. Todos estaban convencidos de que ganarían de forma rápida y breve.
Así pues, en 1914 todos se aventuraron hacia una guerra que juzgaban rápida y corta, con movimientos sagaces que terminaran de forma fulminante con las defensas enemigas y que repitieran los esquemas de ataque ejecutados por genios como Von Moltke y tan recordados entre la “intelligentsia militar”. Y todos estaban convencidos de que ganarían.
Lamentablemente, todos estaban equivocados. Pese a los fugaces y aislados alegatos de pensadores militares como Ian Hamilton, testigo de lo que las ametralladoras rusas habían logrado frente a las cargas de infanterías japonesas en Manchuria, nadie había reparado en algo que definiría la Primera Guerra Mundial, tal y como la recordamos: las nuevas armas, más destructivas, más eficientes, iban a permitir perfeccionar las tácticas defensivas, hasta el punto de anular las estrategias ofensivas del enemigo. Sin embargo, todos estaban al borde de lanzarse a la ofensiva.



El Avión:
Las maravillas de la industrialización a gran escala habían permitido, de forma paralela, desarrollar toda una serie de avances técnicos jamás antes vistos. A finales del Siglo XIX, por ejemplo, Estados Unidos había comenzado a probar el revolucionario sonar en su marina, y Reino Unido, Francia e incluso España habían coqueteado con las posibilidades de la aviación militar (en el caso español, por ejemplo, con globos de observación durante la guerra hispano-americana de 1898).
La aviación en la Primera Guerra Mundial permitió el desarrollo de la mayor parte de conceptos de guerra aérea que serían utilizados hasta la Guerra de Vietnam. Casi desde su invención, las aeronaves fueron puestas al servicio militar. Así, la Primera Guerra Mundial fue la primera donde se usaron aviones en misiones de ataque, defensa y de reconocimiento.
Desde inicios de la Primera Guerra, en 1914, las “Potencias Centrales” y la “Triple Entente” se centraron principalmente en el reconocimiento operativo de largo alcance. En el curso de la guerra, se desarrollaron cámaras fotográficas que formaron la base del reconocimiento aéreo de imágenes. Asimismo, se utilizaron aeronaves para lanzar bombas y propaganda a las ciudades enemigas. Las primeras ciudades en ser bombardeadas fueron Lieja y Amberes el 6 y el 24 de agosto de 1914, respectivamente, por zeppelines alemanes.


Antecedentes:
Durante los prolegómenos de la aviación todo estaba por mejorar. Debido a la limitada potencia de los motores de la época, la carga efectiva de las aeronaves era extremadamente limitada. Además, eran construidas mayormente de madera (reforzada con alambres de acero) y tela de lino pintadas con una laca inflamable (dope) para darle la dureza necesaria para formar la superficie alar. Además de estos materiales rudimentarios, la pobre ingeniería aeronáutica de la época significó que la mayor parte de las aeronaves tuviera una estructura frágil para los estándares posteriores y no era raro que se rompieran durante el vuelo, en especial, cuando realizaban maniobras violentas de combate.
Ya en 1909, se reconoció que estas máquinas voladoras en rápida evolución no eran solamente curiosidades, sino también armas:

“El cielo está a punto de convertirse en otro campo de batalla no menos importante que los de tierra y mar […] Para conquistar el aire, es necesario privar al enemigo de toda forma de volar, atacándolo en el aire, en sus bases de operación o en sus centros de producción. Será mejor que nos acostumbremos a esta idea y nos preparemos”.
Giulio Douhet, general italiano, 1909
En 1911, el Capitán Bertram Dickson, el primer oficial militar británico en volar, también profetizó correctamente el uso militar de la aviación. Predijo que la aviación se utilizaría primero para el reconocimiento aéreo, el cual se desarrollaría en todas partes tratando de «evitar o prevenir que el enemigo obtenga información», lo que se convertiría finalmente en una batalla por el control de los cielos. Esta fue exactamente la secuencia de eventos que sucedió varios años después.
El primer uso operativo de la aviación en una guerra tuvo lugar el 23 de octubre de 1911 en la Guerra Ítalo-Turca, cuando el Capitán Carlo Piazza realizó el primer vuelo de reconocimiento en la historia cerca de Bengasi, Libia, en un Blériot XI. El primer bombardeo aéreo aconteció poco después, el 1° de noviembre de 1911, cuando Giolio Gavotti lanzó cuatro bombas en dos oasis en manos de los turcos, provocando algunos heridos. El primer vuelo para tomar fotografías aéreas se llevó a cabo en marzo de 1912, también a cargo del Capitán Piazza.

Inicio de la Guerra Aérea:
Desde el inicio de la Primera Guerra Mundial, se debatió sobre las posibilidades de uso de aeronaves en la guerra.
En el Imperio alemán, los grandes éxitos de los primeros “Zeppelin” habían eclipsado en gran medida la importancia de las aeronaves más pesadas que el aire. De una fuerza aérea compuesta de unas 230 aeronaves en agosto de 1914, solo unas 180 fueron de algún uso. Los ejercicios de aviación militar francesa de 1911, 1912 y 1913 habían iniciado la cooperación con la caballería (en el reconocimiento) y con la artillería. El Reino Unido había comenzado tarde y, en un inicio, dependió bastante de la industria aeronáutica francesa, especialmente para los motores de las aeronaves. La contribución inicial británica al total de la fuerza aérea aliada en agosto de 1914 (de unas 184 aeronaves) se compuso de tres Escuadrones con unas 30 máquinas en servicio. Por su parte, Estados Unidos estaba aún más atrasado, incluso en 1917, cuando entró en la Guerra, dependían casi por completo de las industrias aeronáuticas francesa y británica para los aviones de combate.
Las primeras campañas de 1914 probaron que la caballería ya no podía proveer el reconocimiento esperado por sus generales, frente a la potencia de fuego mucho mayor de los ejércitos del Siglo XX; sin embargo, pronto fue evidente que las aeronaves podían por lo menos localizar al enemigo, incluso si el reconocimiento aéreo inicial fue obstaculizado por la novedad de las técnicas utilizadas. El escepticismo inicial y las bajas expectativas pronto se transformaron en demandas poco realistas más allá de las capacidades de las primitivas aeronaves disponibles. Aun así, el reconocimiento aéreo desempeñó un papel fundamental en la «guerra de movimientos» de 1914, especialmente al ayudar a los Aliados a detener la invasión alemana de Francia. El 22 de agosto de 1914, el capitán británico Lionel Charlton y el lugarteniente V.H.N. Wadham informaron que el ejército del general alemán Alexander von Kluck estaba preparándose para rodear a la Fuerza Expedicionaria Británica, contradiciendo toda la inteligencia militar disponible. El Alto Mando británico prestó atención al informe e inició el retiro de las tropas hacia Mons, lo que salvó las vidas de 100.000 soldados. Posteriormente, durante la primera batalla del Marne, los aviones de observación descubrieron puntos débiles y flancos expuestos en las líneas alemanas, información que permitió a los Aliados tomar ventaja de ellos. El gran «golpe» aéreo de los alemanes de 1914 (al menos, de acuerdo a la propaganda contemporánea) tuvo lugar durante la batalla de Tannenberg en Prusia Oriental donde un ataque ruso inesperado fue informado por los tenientes, Canter y Mertens; como resultado, los rusos siendo forzados a retirarse.



Misiones de Bombardeo en la Guerra:
El primer bombardeo planificado de aviación de la historia (que también es su primera acción de combate) lo realizó el Ejército del Aire de España el 5 de noviembre de 1913, en la Guerra del Rif. Se utilizaron biplanos Löhner Pfeil, que despegaron del aeródromo de Cuatro Vientos (Madrid) y descargaron bombas de 10 kilos de peso sobre diversos objetivos militares.
El primer bombardeo sobre una ciudad desde el aire. El 6 de agosto de 1914 un Zeppelin alemán bombardeó la ciudad belga de Lieja. Durante la Primera Batalla del Marne, un piloto alemán que volaba misiones de reconocimiento aéreo sobre París regularmente lanzó bombas sobre la ciudad. La primera incursión dejó caer cinco pequeñas bombas y una nota exigiendo la rendición inmediata de París y de la nación francesa. Antes de la estabilización del frente occidental, el avión alemán lanzó cincuenta bombas en París, dañando ligeramente la catedral de Notre Dame.
Las propuestas para bombardear Gran Bretaña fueron hechas por Paul Behncke, jefe adjunto del Estado Mayor Naval alemán, en agosto de 1914. Estos fueron respaldados por Alfred von Tirpitz, quien escribió que, «La medida del éxito radicará no solo en la herida que se causará al enemigo, sino también en el efecto significativo que tendrá para disminuir la determinación del enemigo de proseguir la guerra «. La campaña fue aprobada por el Kaiser el 7 de enero de 1915, quien al principio prohibió los ataques contra Londres, por temor a que sus familiares en la familia real británica pudieran resultar heridos. Después de un intento el 13 de enero de 1915 que fue abandonado debido al clima, la primera incursión exitosa tuvo lugar en la noche del 19 al 20 de enero de 1915. Dos zepelines atacaron Humberside pero fueron desviados por fuertes vientos y dejaron caer su bombas en Great Yarmouth, Sheringham, King’s Lynn y las aldeas circundantes. Cuatro personas murieron y 16 resultaron heridas. El daño monetario se estimó en £ 7,740 (UK £ en 2021). La redada provocó historias alarmistas sobre agentes alemanes que usaban faros de automóviles para guiar a los zepelines hacia sus objetivos, e incluso hubo un rumor de que un Zeppelin estaba operando desde una base oculta en Lake District.
El Zeppelin resultó demasiado costoso en comparación con los aviones, un objetivo demasiado grande y lento, con su carga de gas hidrógeno demasiado inflamable y demasiado susceptible al mal tiempo, el fuego antiaéreo (inferior a 5.000 pies) y los interceptores armados con balas incendiarias (hasta 10 000 pies) Para el ejército alemán imperial (Reichsheer), que abandonó su uso en 1916. La Marina Imperial Alemana (Kaiserliche Marine), cuyos dirigibles fueron utilizados principalmente para el reconocimiento sobre el Mar del Norte, continuó bombardeando el Reino Unido hasta 1918. En total, se realizaron cincuenta incursiones en Gran Bretaña, el último por la Marina en mayo de 1918. El año más intenso del bombardeo dirigible de Inglaterra fue 1916. Alemania empleó 125 aeronaves durante la guerra, perdiendo más de la mitad y manteniendo una tasa de deserción del 40% de sus tripulaciones, el más alto de cualquier rama de servicio alemán.
En mayo de 1917 los alemanes comenzaron a usar bombarderos pesados contra Inglaterra usando el avión Gotha G.IV y después suplementando estos con Riesenflugzeuge (el «avión gigante»), sobre todo de la firma de Zeppelin-Staaken. Los blancos de estas incursiones eran instalaciones industriales y portuarias y edificios del gobierno, pero pocas de las bombas golpearon blancos militares, la mayoría que caían en zonas privadas y matando civiles. Aunque la campaña alemana de bombardeo estratégico contra Gran Bretaña fue la más extensa de la guerra, fue en gran medida ineficaz, en términos de daño real hecho. Sólo se arrojaron 300 toneladas de bombas, lo que dio como resultado un daño material de 2.962.111 Euros, 1.414 muertos y 3.416 heridos, entre ellos los que resultaron de metralla del fuego antiaéreo. Sin embargo, en el otoño de 1917, más de 300.000 londinenses se habían refugiado del bombardeo y la producción industrial había caído.



Cómo Nacieron los Combates en el Aire:
La guerra siempre ha incentivado los avances tecnológicos, pero durante los primeros meses de la Primera Guerra Mundial surgió toda una nueva forma de combate: desde el aire.
Lo que pasó en espacio de seis meses, hace ya cien años, cambió la aviación para siempre.
Estos son algunos de los hitos que marcaron aquella época. El 5 de octubre de 1914, el primer avión derribado desde el aire
En un campo de aviación cerca de Lhéry, en Francia, dos franceses se subieron a un avión para espiar (y bombardear) posiciones alemanas en el Frente Occidental.
Era el 5 de octubre de 1914. El sargento Joseph Frantz y el cabo Louis Quenault estaban a punto de hacer historia. Poco después de que empezaron a lanzar sus bombas (a mano), se encontraron con un Aviatic, un biplaza de reconocimiento alemán. Decidieron acercarse con su Voisin III, un biplano hecho de madera y lona que alcanzaba una velocidad máxima de 100 kilómetros por hora.
El Voisin estaba armado con una sola ametralladora, pero sus dos tripulantes también llevaban armas en la cabina, para poder dispararle al enemigo cada vez que lo tenían a su alcance.
Es que los duelos aéreos ocurrían tan de cerca, que se podía ver el miedo en la cara del oponente.
Frantz maniobró y se acercó a 10 metros del avión alemán. La ametralladora de Quenault pronto se atascó.
Los alemanes aprovecharon para atacarlos con un rifle. Quenault respondió con una pistola.
El aeroplano alemán se precipitó al vacío y explotó.
Frantz y Quenault se conviertieron, así, en los primeros aviadores en derribar otra aeronave.
Tras aquel episodio se disparó un frenesí de invención e ingenio, en la competencia entre los enemigos por la dominación aérea y las lecciones aprendidas entonces siguen vigentes hoy.


10 de diciembre de 1914, el nacimiento del portaaviones. En vísperas de la Primera Guerra Mundial, el poder naval reinaba en forma suprema. La carrera armamentística entre Alemania y Reino Unido se basaba en la construcción de enormes buques de guerra, blindados y lentos. La nueva amenaza aérea obligaría a repensarlos.
El 6 de septiembre de 1914, aviones militares japoneses atacaron barcos austrohúngaros y alemanes en el puerto de Tsingtao, en China. Fue la primera ofensiva aérea contra navíos de guerra y otras naciones tomaron nota de la nueva estrategia.
Para llevarla a cabo, sin embargo, los aeroplanos debían ser lanzados desde el océano.
El 10 de diciembre se terminó de construir el HMS Ark Royal, el primer buque con un espacio interior para transportar aviones. Esto cambiaría la forma de hacer la guerra por mar.
«Este hecho marcó el inicio de una evolución que llevó al portaaviones a sustituir al acorazado como nave principal», dice Ross Mahoney, historiador del Royal Air Force Museum y secretario de la Royal Aeronautical Society, ambos del Reino Unido.


21 de diciembre de 1914, la primera noche de bombardeos. En 1914 la mayoría de los aviones militares tenían como función observar posiciones enemigas y sólo algunos llevaban un modesto cargamento de explosivos.
Pero en diciembre unos aviadores británicos decidieron probar una nueva táctica: bombardear de noche.
El comandante Charles R. Samson ya había hecho historia en 1912, al convertirse en el primer piloto británico en hacer volar un avión desde un barco. Ahora se proponía bombardear objetivos alemanes en la Bélgica ocupada, en la oscuridad.
«Debió ser difícil. Hasta entonces se le había prestado poca atención a la navegación nocturna», señala Mahoney.
«Llevaba una linterna de bolsillo para ver los diales y el manómetro», contó Samson en un artículo periodístico publicado varios años después de la guerra. «Piloté con calma sobre los tejados y en cierto momento uno de sus reflectores iluminó una batería de artillería pesada. ¡Era el objetivo perfecto!».
Lanzó las bombas y evadió el fuego alemán de regreso a su base.
El cielo nocturno se volvió un arma en sí mismo, un manto de oscuridad para ocultar los aviones.
1° de abril de 1915: la primera victoria de un avión de combate. Mientras tanto, el combate aéreo a la luz del día era casi una cuestión de azar.
Los pilotos debían maniobrar para que los observadores pudieran disparar. También podían utilizar la ametralladora colocada en el arco de la hélice. Era difícil y peligroso: las palas de las hélices de los aviones eran de madera y quedaban expuestas a un resultado desastroso.
Fue al aviador francés Roland Garros a quien se le ocurrió la primera solución práctica.
Forró el interior de las hélices con cuñas metálicas, de tal forma que las balas no las destrozaran cuando eran disparadas.
Con su avión de combate Morane Saulnier, Garros derribó un Albatros, un aeroplano de vigilancia alemán, el 1° de abril de 1915.
«Fue una solución tosca, pero un gran avance conceptual en términos del combate aire-aire», asegura Peter Jakab, curador jefe del National Air and Space Museum de Washington, EE.UU.
Pero no acabaron aquí los avances. En junio de 1915 los pilotos alemanes empezaron a utilizar un nuevo tipo de avión.
Éste seguía disparando a través de las hélices, pero unos engranajes de sincronización aseguraban que las balas pasaran entre las palas, sin dañarlas. Un método mucho más efectivo que el del francés.
El aparato en cuestión, el monoplano Fokker Eindecker, supuso un salto tecnológico tal que su periodo de supremacía sobre las trincheras del Frente Occidental se conoce como «el látigo de Fokker».



Cerrando Brechas:
Otras aeronaves comenzaron a utilizarse -muchas de ellas diseñadas para trabajos específicos, cada vez más rápidas y más fuertes, con más potencia y mejores motores. En este sentido, la Primera Guerra Mundial fue un laboratorio de pruebas.
No hay duda de que los combates en el aire abrieron un espeluznante capítulo en la historia del conflicto armado; pero, sin ellos, muchos de los aspectos de la aviación en los que nos apoyamos no hubieran avanzado tan rápido.
La guerra siempre parece tomar tecnologías benignas y transformarlas en máquinas de muerte. Sin embargo, al mismo tiempo, acelera el paso de la innovación, permitiendo sacarle más provecho cuando se reinstaura la paz.
La guerra llevó a crear aeronaves más rápidas y más robustas que pudieran volar por períodos más prolongados, lo que eventualmente permitiría transportar pasajeros y toda clase de mercancías por todo el mundo. En otras palabras, las innovaciones de cuando el mundo estaba tan separado, terminaron acercándonos.