
En Septiembre de 2018, fui invitado a la ciudad de Ypres, en Bélgica, para asistir a un “Seminario de Historia Militar”, con el cuál se conmemoraba los 100 años del fin de la Primera Guerra Mundial. En 2015, habíamos podido estar en Sarajevo, la ciudad donde un hecho de asesinato, marcaría el comienzo de la Primera Guerra Mundial.
El mero hecho de esquivar el olvido y dar a conocer lo sucedido es el mejor homenaje que se pueden llevar aquellos que moran los muchos cementerios militares tanto alemanes como de la Commonwealth. Hay decenas, o más bien cientos, repartidos por todo el territorio. Y cuesta pensar que todo fue por un puñado de metros. como referencia, entre Amiens y Verdun hay casi 300 Kms de distancia por carretera, en ese tramo solo, hay 436 cementerios de guerra.
Recorrimos los caminos de la memoria en Nord-Pas de Calais, llamados allá “Les Chemins de mémoire”, es una ruta o, más bien, un conjunto de rutas, con que en el norte de Francia se conocen a todos aquellos lugares, cementerios y memoriales en los que recordar lo sucedido durante la I Guerra Mundial, la misma a la que los galos definen como Grande Guerre y los británicos como The Great War. Lo hicimos hasta alcanzar la ciudad de Verdún.
En la primera guerra mundial murieron más de nueve millones de militares, marinos y aviadores. Se calcula que, además, perecieron cinco millones de civiles como consecuencia de la ocupación, los bombardeos, el hambre y las enfermedades. El asesinato en masa de armenios, en 1915, y la epidemia de gripe que comenzó mientras aún se combatía fueron dos de sus destructivos subproductos. La huida de serbios de Serbia, a finales de 1915, fue otro cruel episodio que provocó la muerte de gran cantidad de civiles, al igual que el bloqueo naval aliado de Alemania, como consecuencia del cual murieron más de setecientos cincuenta mil civiles alemanes. Entre 1914 y 1918, se libraron dos guerras muy distintas. La primera fue una guerra de militares, marinos y aviadores, de marinos mercantes y de la población civil en territorio ocupado, en la cual el sufrimiento y las penurias individuales alcanzaron una escala masiva, sobre todo en las trincheras de la línea del frente. La otra fue de gabinetes de guerra y de soberanos, de propagandistas e idealistas, repleta de ambiciones e ideales políticos y territoriales, que determinaron, tanto como el campo de batalla, el futuro de imperios, naciones y pueblos. Hubo ocasiones, sobre todo en 1917 y 1918, en que se combinaron la guerra de los ejércitos y la de las ideologías, lo que trajo como consecuencia una revolución y una capitulación y la aparición de nuevas fuerzas nacionales y políticas. La guerra modificó el mapa y el destino de Europa tanto como quemó su piel y marcó su alma.
Europa asistía a una revolución en materia armamentística: de las balas de cañón se pasaba a los proyectiles altamente explosivos, lo que condicionaba las maneras y tácticas de guerra de un modo radical, del caballo al tanque, del globo al avión, así fue como la Primera Guerra Mundial revolucionó el arte de matar para siempre.


En junio de 2015, en Sarajevo, me coloqué en el lugar exacto desde el cual Gavrilo Princip realizó el disparo fatal, en junio de 1914. Incluso bajo el régimen comunista yugoslavo, se acogió a Princip como a uno de los precursores de la independencia nacional. Se grabaron dos pasos en una losa de hormigón para conmemorar el hecho que sumergió a Europa en un conflicto que duró cuatro años. Ese mismo año, en Belgrado, miré desde la orilla opuesta del río el lugar donde los austríacos habían bombardeado la capital de Serbia el primer día de la guerra.


Tres años después fui con mi esposa al frente occidental; estuvimos en Lille y Arras, al este del cual los cementerios militares son los últimos vestigios de las batallas de 1917 y 1918, y en Ypres, donde escuchamos, todos los días a las ocho de la tarde, el toque de silencio que tocaban en la puerta de Menin, cuatro miembros del cuerpo de bomberos de la ciudad. Mientras sonaban las trompetas bajo el inmenso arco de la puerta de Menin, se interrumpía el tráfico. Esa labor se costeaba, en parte, gracias a un legado de Rudyard Kipling, cuyo único hijo murió en Ypres. En los muros y las columnas de la puerta monumental están grabados los nombres de 54.896 soldados británicos que murieron en el saliente entre octubre de 1914 y mediados de agosto de 1917, que no tienen sepultura conocida. Se conservan en la piedra las marcas de metralla de los combates que se libraron allí en la Segunda Guerra Mundial. Los últimos picapedreros no habían acabado todavía de grabar los nombres de 1914 a 1918 cuando llegaron los ejércitos alemanes, como conquistadores, en mayo de 1940. Los picapedreros fueron repatriados a Gran Bretaña. Desde la puerta de Menin, mi esposa y yo recorrimos el saliente, con los mapas de las trincheras en la mano, leyendo en el lugar de cada batalla la versión que aparece en la historia oficial de múltiples volúmenes del General Augustin Yvon Edmond Dubail, las cartas y los recuerdos de los soldados, y la poesía. Permanecimos en silencio, como hacen todos los que lo visitan, ante el monumento de Tyne Cot de Passchendaele, donde están grabados los nombres de otros 34.888 soldados que murieron en el saliente entre mediados de agosto de 1917 y el final de la guerra, en noviembre de 1918, de los cuales no se encontraron rastros suficientes que permitieran identificarlos para enterrarlos. En el cementerio que hay enfrente del monumento, hay más de once mil tumbas con nombres. Ni la hierba bien cortada, ni los arriates de flores tan bien cuidados, ni los árboles cincuentenarios, pudieron amortiguar la impresión de ver tantos nombres y tantas tumbas.


A corta distancia, en Menin, que estuvo en poder de los alemanes durante toda la guerra menos un mes, visitamos el cementerio militar de Arras, donde están enterrados, 48.049 soldados alemanes. Tres años después de mi visita al lugar del asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo, donde se podría decir que comenzó la primera guerra mundial, me dirigí al claro en el bosque, cerca de Rethondes, en Francia, para ver una réplica del vagón de ferrocarril en el que los alemanes firmaron el armisticio, en noviembre de 1918. Precisamente en ese vagón, Hitler se empeñó en recibir la rendición de Francia en junio de 1940. Muchos vínculos entre las dos guerras nos recuerdan que apenas transcurrieron veintiún años entre ellas. Muchos de los que combatieron en las trincheras en la primera guerra mundial fueron líderes en la segunda, como Hitler, Churchill y De Gaulle o, como Rommel, Zhukov, Montgomery y Gamelin, fueron comandantes en la Segunda. Otros, como Ho Chi Minh, que colaboró de forma voluntaria con los franceses, trabajando de ordenanza vietnamita en la primera guerra mundial, y Harold Macmillan, que combatió y cayó herido en el frente occidental, adquirieron importancia después de la Segunda Guerra Mundial.

