
1941 – 20 de MAYO – 2022
Tras la victoria alemana. en Yugoslavia y Grecia, los británicos se retiraron a la isla de Creta, en donde proyectaban erigir bases aéreas contra las bases alemanas de la Europa Sudoriental y eventualmente desquiciar el abastecimiento de petróleo del Reich bombardeando los campos petroleros de Rumania.
El General Freyberg se hizo cargo del mando aliado en Creta. Aunque por el momento el peligro era insignificante, Hitler vio con inquietud ese amago al flanco derecho de su proyectada invasión de Rusia.
Alentado por el General Kurt Student, comandante del 11º Cuerpo Aéreo, accedió a un peligroso intento de capturar Creta desde el aire. Como los preparativos se hicieron forzosamente en Grecia, el espionaje aliado tuvo oportuno conocimiento de ellos.
El 17 de abril (1941) Churchill ordenó al General Wavell que se previniera para preservar a Creta. 28,600 soldados británicos se parapetaron en la isla, al lado de otros 28,000 soldados griegos. Este total de 56,600 hombres disponía de artillería, cuerpos de tanques y vehículos de transporte, por lo cual parecía suicida cualquier ataque de paracaidistas, cuyo número necesariamente tenía que ser muy inferior y prescindir de armas pesadas y de autotransportes.



Hitler mismo abrigaba muchas dudas sobre la suerte del ataque. El general Freyberg, comandante de la guarnición aliada de Creta, comunicó al Alto Mando inglés, el 5 de mayo: «No puedo explicarme la nerviosidad; no me preocupa lo más mínimo un ataque aerotransportado». Mostraba más preocupación por una invasión naval, pero la Real Armada (Royal Navy) había ya descartado esa posibilidad.
Quince días más tarde – el 20 de mayo -, la séptima división de transporte por aire, que era la única con que contaba Alemania, emprendió una de las más arriesgadas acciones militares de todos los siglos. Cinco mil paracaidistas fueron arrojados ese día por la Luftwaffe cerca de las tres principales bases militares de Creta: Maleme, Retimo y Heraklión.
Después de un ataque de 640 aviones, 5.000 miembros del movimiento nacionalsocialista arrostraron con fanático espíritu de lucha la tarea de atacar a una guarnición enemiga de 56,600 hombres, dotada de armas pesadas y firmemente acantonada en sus defensas. La desproporción era tan grande que el general Freyberg, comandante aliado en Creta, había dicho: «No me preocupa lo más mínimo un ataque aerotransportado».



El propio Mando Alemán tenía profundas dudas acerca del éxito del asalto y se abstuvo de dar a conocer su iniciación. Refiriéndose a esa acción de guerra, el Capitán británico Liddell Hart escribió: «Hace diez años ocurrió la hazaña más pasmosa y audaz de la guerra. Fue también la más sorprendente de todas las operaciones aerotransportadas».
La lucha librada el 20 de mayo tuvo excepcionales características de violencia. La capacidad de fuego de la guarnición superaba varias veces el relativamente débil fuego de los atacantes. El Regimiento de Asalto de los paracaidistas alemanes luchó desesperadamente por la base aérea de Maleme; sufriendo pérdidas que podían haber arredrado a cualquier otro cuerpo de combate, ganaba terreno milímetro a milímetro.
La proclama del Teniente Coronel Von der Heydte a su regimiento de asalto estaba teniendo validez en la prueba de fuego: «Yo exijo de cada soldado la plena renuncia a todo apetito personal. Quien ha jurado servir la bandera de Prusia, ¡ya no posee nada suyo! Porque de la abnegación y renuncia de la condición individual es de donde surge la auténtica personalidad marcial… Todo soldado tiene que aprender a creer en la victoria, hasta si en ciertos momentos pareciera inconcebible».



El segundo día de la batalla Churchill pudo dar un informe optimista en la Cámara de los Comunes y anunció que «la mayor parte” de los paracaidistas había sido aniquilada. Los supervivientes luchaban sin desmayo, pero se creía poderlos dominar. También el Cuartel General Británico del Medio Oriente siguió confiando en la victoria otros dos días más.
«La noche del 20 al 21 de mayo —dice el General Student, comandante de los paracaidistas alemanes— fue crítica para el Mando Alemán. Tuve que tomar una grave decisión. Decidí emplear la masa de las reservas de paracaidistas, con que todavía contaba, para la ocupación final del aeródromo de Maleme. Si el enemigo hubiese hecho un contraataque organizado durante esa noche o en la mañana del 21 de mayo, probablemente hubiese tenido éxito en derrotar los muy abatidos y exhaustos restos del regimiento de asalto, máxime que éste sufría de una terrible escasez de municiones».
Ese regimiento se enfrentaba con el valioso regimiento de asalto de las tropas escogidas de Nueva Zelandia y con otros contingentes británicos. Al siguiente día las mermadas reservas de paracaidistas capturaron en parte el aeropuerto y el pueblo de Maleme y esa misma tarde llegó de refuerzo el primer batallón alpino alemán, a bordo de 500 transportes y planeadores. Ciento cincuenta de ellos fueron derribados o se accidentaron al bajar, pero lo más crítico de la batalla había pasado ya. Sin embargo, miles de paracaidistas habían muerto. En el momento supremo se inmolaron resueltamente conforme a su propio canto de guerra: «Alemania debe vivir, aunque nosotros tengamos que morir».



Cierto que en todas las batallas hay en mayor o menor grado ese espíritu de sacrificio, pero no una certidumbre tan palpable de que la muerte es ineludible como la que afrontaron los paracaidistas en esa lucha excepcionalmente desigual. El mismo Churchill confiesa en sus Memorias: «Puede decirse que la batalla de Creta fue única. El cuerpo aéreo alemán representaba la llama del movimiento juvenil de Hitler y era una encarnación ardiente del espíritu teutónico del desquite por la derrota de 1918. La flor y nata de la virilidad alemana estaba expresada en esas tropas paracaidistas de los nazis, valientes, bien entrenadas y completamente fanáticas. Ningún ataque de los lanzados por los alemanes había sido más atrevido ni más implacable».
Por su parte, la guarnición aliada combatió con coraje, y del coraje pasó a la rabia, al ver cómo aquel puñado de jóvenes soldados iba arrebatándole la isla que había considerado inexpugnable.
El Alto Mando Alemán denunció que las tropas aliadas no estaban haciendo prisioneros a los paracaidistas cercados, inermes o heridos, sino que los descuartizaban a bayonetazos; violando las leyes de la guerra —decía— se había hecho fuego contra los paracaidistas antes de que llegaran a tierra. Para aminorar este riesgo, la Luftwaffe hacía vuelos casi rasantes y arrojaba a los soldados desde muy poca altura, apenas para dar tiempo a que sus paracaídas se abrieran. «Muchos—escribe Liddell Hart— fueron-muertos o heridos por accidentes en los aterrizajes, pero aquellos que sobrevivieron eran los más fieros combatientes, mientras sus adversarios numéricamente superiores no estaban tan altamente adiestrados».



Los paracaidistas contaban con recibir armas pesadas y refuerzos por mar, pero las pequeñas embarcaciones mercantes que llevaban esos refuerzos carecieron del apoyo de la flota italiana —que no se atrevió a acercarse al combate— y la flota británica se dio gusto cazando lanchones. En esa operación murieron ahogados 800 soldados alemanes que trataban de llegar a Creta, y 1,500 tuvieron que regresarse a Grecia.
Carentes de marina en el Mediterráneo, los alemanes sólo pudieron lanzar su aviación contra la flota británica, y en rabiosos ataques de venganza hundieron a los destructores «Herward», «Kelly», «Greihound» y «Kashmir» y a los cruceros «Gloucester» y «Fiji», además de averiar gravemente a 4 cruceros más y a los acorazados «Warspite» y «Valiant». Los ingleses perdieron dos mil marinos. Su Flota del Mediterráneo, maltrecha, tuvo que retirarse el 23 de mayo. Pero ni ese triunfo alentó a la escondida flota italiana.
El séptimo día de lucha el comandante británico en Creta, General Freyberg, informó a Churchill: «En mi opinión las tropas bajo mi mando han llegado al límite del sufrimiento… Nuestra posición aquí es insostenible».



Liddell Hart comenta que: «ese veredicto, viniendo de un soldado como el General Freyberg, poseedor de la Cruz de la Victoria, no fue refutado».
Churchill accedió a la retirada por mar, la cual se inició la noche del 29 de mayo, exactamente diez días después de que principió el ataque alemán. 16,000 soldados aliados fueron evacuados de Creta y 11,000 de ellos lograron llegar a Egipto; 2,000 perecieron en los ataques aéreos alemanes a la Flota Británica en retirada. El resto de la guarnición (40,000 hombres) cayeron prisioneros en la isla. En las Memorias de Churchill estas cifras son menores porque sólo aluden a los efectivos y a las bajas de los ingleses, australianos y neozelandeses, que eran 28,600, y no incluye a las dos divisiones griegas compuestas de otros 28,000 soldados.
Las 4.000 tumbas de Maleme:
Para el día 29 en que se inició la retirada de los británicos, los alemanes ya habían logrado llevar un total de 22,000 hombres, pero los que estuvieron en lo más crítico de la lucha, los que con sus vidas hicieron posible la victoria, reposaban para siempre en 4,000 sepulturas cerca de Maleme.
El escritor norteamericano Robert E. Sherwood dice: «La derrota que los paracaidistas alemanes infligieron a los ingleses fue una de las más aplastantes y humillantes de la guerra».
Sin embargo, no es ése el significado de la batalla de Creta; su real significación, su verdad histórica, es el coraje militar con que el ejército alemán sacudió de uno al otro confín de Europa las garras con que los protectores del marxismo querían asirlo por la espalda y por los flancos para retardar y aminorar su golpe contra la URSS.



Los soldados alemanes muertos en las nieves de Noruega fueron la Muralla con que el Ejército Alemán guardaba el flanco izquierdo de su futura ofensiva contra la URSS; los cadáveres dejados en los campos de Francia protegían la retaguardia de esa misma ofensiva; y las 4,000 sepulturas de Maleme, en Creta, eran simbólica muralla del flanco derecho. El auténtico frente – el frente de la cruzada que desde 1919 proclamó Hitler contra el marxismo— apuntaba hacia el Oriente bolchevique. Después de Creta… ¡Rusia!
Dada la cantidad de bajas producidas en Creta, Alemania nunca más utilizaría operaciones aerotransportas durante el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, salvo en operaciones tipo “comando”.
Dado el éxito alcanzado por los paracaidistas alemanes, contrariamente, los aliados comenzaban a preparar sus propias Fuerzas Aerotransportadas, que utilizarían en la “Batalla de Normandía” y sobre los puentes holandeses “Market Garden”.
Era imposible una victoria alemana. Llegó a confrontarse con nada menos que con 60 naciones. Hasta regimientos brasileños pelearon en Monte Casino.
Me gustaLe gusta a 1 persona