El súbito contacto con los conflictos políticos europeos y la influencia ideológica de la «Ilustración» generaron una actividad política creciente en los años que siguieron a las invasiones inglesas. El exitoso rechazo de dos poderosas invasiones, sin ayuda externa hicieron que la población local, especialmente de Buenos Aires, adquiriera un alto grado de conciencia política.

A partir de 1808, mientras en la metrópoli tenía lugar la guerra contra la invasión francesa, el virreinato permaneció fiel a la autoridad de la Junta Suprema Central, que gobernaba en España en nombre del depuesto rey Fernando VII, que permanecía prisionero en Francia.
A mediados del mes de mayo de 1810, la llegada de la noticia de que casi toda España había caído en manos de los ejércitos de Napoleón Bonaparte —y de la disolución de la Junta Suprema— las discusiones políticas causaron el estallido de la Revolución de Mayo en Buenos Aires. Los revolucionarios esperaron a que los jefes de los regimientos se decidieran por la Revolución, y ésta sólo se hizo con su anuencia; el jefe del Regimiento de Patricios —el más importante numéricamente— Cornelio Saavedra, asumió la presidencia de la Primera Junta, junto con el cargo de comandante general de Armas.

Dado que la Junta pretendía imponer su autoridad sobre todo el Virreinato como sucesora legítima del virrey, el 27 de mayo envió una circular a las principales ciudades del virreinato en la que se les exigía acatamiento y se solicitaba el envío a la capital de un diputado por cada ciudad. También anunciaba que enviaría «una expedición de 500 hombres para lo interior con el fin de proporcionar auxilios militares para hacer observar el orden, si se teme que sin él no se harían libre y honradamente las elecciones de vocales diputados.» En consecuencia, el 28 de mayo la Junta creó el Departamento de Gobierno y Guerra, siendo designado Mariano Moreno como su director, y al día siguiente ordenó una reorganización general de las fuerzas de la capital:
(…) Esta recíproca unión de sentimientos ha fijado las primeras atenciones de la Junta, sobre la mejora y fomento de la Fuerza militar de estas provincias; y aunque para justa gloria del país es necesario conocer un soldado en cada habitante, el orden público y la seguridad del Estado exigen que las esperanzas de los buenos patriotas y fieles vasallos reposen sobre la fuerza reglada correspondiente a la dignidad de estas provincias; a este fin, ha acordado la Junta las siguientes medidas en cuya pronta y puntual observancia interesa sus respetos y todo vuestro celo.

Los Batallones Militares existentes se elevarán a regimiento con la fuerza efectiva de 1.116 plazas, reservado la Junta proveer separadamente sobre el arreglo de la caballería y artillería volante.
Queda publicada de este día una rigurosa leva en que serán comprendidos todos los vagos y hombres sin ocupación desde los 18 hasta los 40 años.
Volverán al Servicio Activo todos los rebajados que actualmente no estuvieron ejerciendo algún arte mecánico o servicio público.
Decreto de la Primera Junta del 29 de mayo de 1810.
Debido a este decreto, se considera que al 29 de mayo de 1810 como la fecha de nacimiento del Ejército Argentino.

Meditación ante la urna del Solado desconocido de la Independencia:
El Soldado poema de Francisco Luis Bernárdez Desconocido pero eterno, su ser descansa en nuestro amor agradecido y en el fervor de nuestras almas su corazón está callado pero vivo. Aunque las sombras lo rodean, su luz conforta nuestra fe con su martirio y aunque el silencio lo aprisiona su voz agranda nuestro amor con su heroísmo. Nada sabemos de su rostro, nada sabemos de su nombre y su apellido nada sabemos de sus pasos, nada sabemos de sus gestos y sus gritos. Pero sabemos con certeza que su valor fundó la patria en que nacimos que por el nombre de la patria perdió su nombre silencioso y escondido. Que ya desnudo de su nombre, se confundió con sus hermanos argentinos y que, por todos sus hermanos, entró con gloria y con honor en el olvido. Dormido estaba en lo más hondo de nuestro pueblo, como el germen en el surco pero en su noche presentía la luz del día jubiloso de su triunfo Vivía oculto en el silencio, sin otro mundo que su abismo ciego y mudo. Sin otro espacio que su sueño fundamental, sin otro tiempo que el futuro Hasta que oyó la voz de un río que resonaba en lo más hondo del terruño Y que con lágrimas de sangre le revelaba el sufrimiento de los suyos No bien oyó la voz aquella, se libertó de su prisión fuerte y fecundo y atravesando las tinieblas buscó la luz que lo esperaba en este mundo al ver el sol de la bandera, tuvo conciencia de su vida y de su rumbo y hacia el fulgor celeste y blanco pudo crecer, abrir su flor y dar su fruto.