Por: (*) CL VGM Carlos A. C. Büsser

En el número 816 del Boletín del Centro Naval he formulado algunas reflexiones sobre la intervención de la Infantería de Marina en la operación de recuperación de las Islas Malvinas en abril de 1982. Fue ésa una operación militar hecha en el marco de una misión en la que actué como responsable de la ejecución de una parte de la operación. Lo que se describirá en este artículo fue el conjunto de actividades que para el Comando de la Infantería de Marina dejaron de ser directamente operativas para convertirse en tareas administrativas, de apoyo logístico, de previsiones y de implementación de soluciones desde retaguardia. Creo que esta experiencia tiene también un valor como enseñanza que no siempre aparece en los manuales ni en los temas que consideran con prioridad las escuelas de guerra.
Los primeros días de abril de 1982, tan pronto finalizó la recuperación de las Malvinas, el 2 de abril, y de las Georgias, el día 3, Gran Bretaña anunció que destacaría una Fuerza de Tareas para devolver a su dominio los archipiélagos que ahora estaban bajo control argentino.
Yo había regresado a Puerto Belgrano el domingo 4 de abril al mediodía. Lo primero que hice fue hablar con mi familia que estaba en Buenos Aires. Allí comprendí lo que nuestros parientes pasan en las ausencias que nos impone el servicio. Y llamé al Almirante Lombardo para informarle que había llegado de regreso sin novedades. Quedamos en que lo iría a ver al día siguiente en su despacho. Tan pronto corté la comunicación, sonó el teléfono. Por esos misterios que todos conocemos de Puerto Belgrano, la señora de Allara, que estaba allí junto con su hija, se había enterado de mi llegada y quería que habláramos para tener noticias de su marido. Me invitó a almorzar. Las dos estaban angustiadas porque pensaban que Allara podría estar corriendo algún peligro como consecuencia de la aproximación que se venía anunciando de submarinos nucleares británicos, cosa que también sabían. Traté de demostrarles que ello no era así, aunque recordaba que cuando arreglamos el regreso de mi gente por modo aéreo, él me dijo que regresaría a bordo de sus buques corriendo los mismos riesgos que sus tripulantes.
Felizmente dos días después llegaban sin problemas.
Después del almuerzo decidí ir a Baterías. Me emocionó ver las casas de la Base de Puerto Belgrano embanderadas, lo que se repitió cuando poco después llegué a Baterías. Viajé solo en mi auto y fue un buen momento para empezar a pensar en las actividades de los días que vendrían y en los sucesos que podrían ocurrir. Al regresar a Puerto, al caer la tarde, me pareció que después de todo lo pasado en los días anteriores merecía una “puesta a tierra” y me fui a hacer nueve hoyos a la cancha de golf. Por la noche, bien distendido, leí los diarios de los días anteriores. Me fui enterando de la cantidad de trascendidos que se habían publicado y de algunas informaciones que se habían dado a determinadas personas o autoridades. Era evidente que el secreto que se nos había pedido a los que planificamos y ejecutamos la operación no se había guardado con el mismo celo en otros sectores. Cuando me fui a dormir estaba profundamente enojado.

El lunes lo entrevisté al Almirante Lombardo, le di parte de todo lo que había ocurrido a lo largo de la operación y recibimos la orden de viajar a la mañana siguiente a una reunión con la Junta Militar.
Reunión con la Junta Militar:
El martes 6 de abril nos trasladamos a Buenos Aires, y durante el vuelo, leyendo los diarios, me enteré que antes del 2 de abril se les había informado lo que se iba a hacer a los expresidentes, cosa que aumentó mi enojo por los trascendidos. Antes de entrar a la reunión con la Junta Militar tuve oportunidad de hablar brevemente con el Almirante Anaya, al que le dije que tenía intención de pedir autorización para hablar privadamente con los miembros de la Junta Militar, lo que me autorizó hacer. En ese mismo momento el Almirante Anaya me adelantó que el Ejército pediría algunos refuerzos de Infantería de Marina. Su orden fue clara y breve: “Déles todo lo que le pidan”. Coordiné de inmediato con el General García, que estaba en el mismo lugar, y le entregué la lista de todas las unidades de IM para que él solicitara lo que estimara necesario.
Poco después me pidió un Batallón de IM, el Batallón Antiaéreo y la Compañía de Ingenieros Anfibios. Ya habíamos dejado en las Malvinas una Sección para seguridad del Apostadero Naval Malvinas.
La reunión con la Junta Militar tenía por objeto expresarles a los miembros del equipo de trabajo que habían planificado la operación de recuperación su satisfacción por el éxito. Acto seguido hubo una larga y detallada exposición del Jefe de Operaciones de la Fuerza Aérea Argentina sobre las posibilidades de empleo de esa fuerza para la eventualidad de que la Fuerza de Tareas británica llegara a las Malvinas y nos atacara. Se trató particularmente el aspecto referido a cuánto tiempo podrían permanecer nuestros aviones sobre la zona de los blancos, según fuera el lugar donde se encontraran. Fue una reunión de la Junta Militar en un claro marco de previsiones y de preparación para la guerra.
Cuando finalizó la reunión, cumplí mi propósito de solicitarles que me permitieran hablar con ellos, a lo que accedieron. Les expresé lo que había significado cumplir el requisito de que se mantuviera el secreto de la operación, y de cómo yo pensaba que en alguna medida la muerte de Giachino y los heridos que habíamos sufrido podrían deberse a las indiscreciones que yo creía que se habían producido. Les expresé que me parecía necesario que se asumiera que las mayores probabilidades eran que llegaríamos a un enfrentamiento militar, y que en esa situación debíamos prepararnos para jugar tan duro y seriamente como pudiéramos. Me atreví a expresarles que si había guerra podían pasar dos cosas: si ganábamos, ellos serían los protagonistas del hecho más trascendente del Siglo XX en nuestro país; pero si perdíamos, serían responsabilizados como los autores del mayor desastre del Siglo XX. Los tres me miraban muy fijamente. Tomó la palabra el General Galtieri, que presidía en ese momento la Junta Militar. Me expresó que entendía mis sentimientos por la muerte de Giachino, que mis palabras no lo habían molestado, que tomaba muy en cuenta lo que les había dicho y que los días próximos me mostrarían la seriedad con que se realizarían todas las tareas. Acto seguido pedí permiso para retirarme.
Antes del regreso a Puerto Belgrano tuve tiempo para pasar por mi casa y llevar a mi familia para que me acompañara hasta el Aeroparque.

Comienzan los preparativos para la defensa de las Islas:
Tan pronto regresamos a Puerto Belgrano ese mismo 6 de abril, reuní en mi casa a los miembros de mi Estado Mayor porque tenía que poner en marcha de inmediato todas las medidas para el desplazamiento de los refuerzos que me había pedido el General García.
El primer aspecto analizado fue con qué enfoque íbamos a destacar a nuestras unidades.
Podíamos mandarlas tal cual habían sido pedidas y sin ninguna otra medida, o bien, analizar todos los requerimientos operativos y logísticos que se podían presentar y enviarlas con todos esos aspectos resueltos de forma que estuvieran en las mejores condiciones para combatir. Todos estuvimos de acuerdo con que la solución adecuada era esta última. Rápidamente quedó claro que la provisión del apoyo logístico estaría bajo nuestra responsabilidad. Mientras analizábamos esas medidas, mi ayudante me informó que el señor Presidente quería hablar por teléfono conmigo. Como en esas reuniones siempre manteníamos una agradable relación de camaradería, creí que me podía estar haciendo una broma, pero su cara era tan seria que no tuve más dudas y hablé con el Edecán, quien me ratificó el llamado. En un tono muy cordial, el General Galtieri me manifestó que quería darme la tranquilidad de que lo que yo había dicho en la mañana no sólo no le había molestado, sino que lo tendría permanentemente en cuenta en los días futuros, agradeciendo mi franqueza. Yo lo había conocido esa mañana al General Galtieri, por lo que él no tenía ninguna obligación de comunicarse conmigo. Me impactó la hidalguía y la generosidad de la llamada.
Seguimos la reunión con el Estado Mayor, y esa misma noche salieron los despachos para que las unidades comenzaran su desplazamiento. Dispuse que cada unidad llevara munición para combatir treinta días, víveres, equipos y combustible para 120 días, incluso gasoil con el correspondiente anticongelante para las cocinas de campaña, lo mismo que equipos y elementos de sanidad, lo que poco después aumenté a 180 días, que fue con lo que en definitiva viajaron a las islas. Dispuse, además, que llevaran todos sus materiales y equipos. Algún subordinado mío comentó al salir de la reunión que “tienen que ir con toda la carne en el asador”. Decidí que el Batallón a enviar sería el BIM5, tal como ya se lo había adelantado al Capitán Robacio cuando pasé por Río Grande el 3 por la noche.
En realidad, era el Batallón que por sus condiciones de adaptación a un terreno y clima similar al de las Malvinas se ajustaba mejor a las exigencias que tendría que enfrentar.
Decidí también que era conveniente que fuera a las Malvinas con el refuerzo de una Batería del Batallón de Artillería de Campaña, para su apoyo directo. Las unidades deberían actuar enmarcadas en la estructura defensiva del Ejército y de la Fuerza Aérea, es decir, la Compañía de Ingenieros Anfibios sería un elemento más de los Ingenieros del Ejército, el BIM5 sería una unidad de combate más en la estructura operativa del Ejército, el Batallón Antiaéreo un elemento más de la defensa antiaérea a cargo de la Fuerza Aérea. Decidimos también analizar el envío de otros elementos, a saber: un equipo para el comando de la agrupación de Infantería de Marina, para que actuara como enlace con el comando de la defensa; un pequeño grupo para servicios para apoyo de combate, dos grupos Bantam y tres equipos de control aéreo adelantado. No mandamos una unidad de sanidad porque había acordado con el General García que de eso se haría cargo el Ejército. También pensamos con el Estado Mayor que, dado que cabía esperar que los británicos atacarían de noche, sería conveniente tener en las posiciones defensivas algunos perros que con sus ladridos denunciaran la aproximación del enemigo. Fue así como conseguimos un grupo de perros de guerra de la Base Naval Puerto Belgrano y los mandamos para reforzar el BIM5. Lamentablemente, las explosiones de artillería y los bombardeos hicieron que se los retirara del frente y se los destinara a cumplir algunas tareas de seguridad en la localidad, por lo que no fueron todo lo útiles que yo había supuesto que podrían llegar a ser. Por supuesto, yo adoptaba las decisiones, pero el Estado Mayor del Comando de la Infantería de Marina (COIM) fue el que redactó las órdenes y las transmitió. Como ya había ocurrido en la operación de recuperación, estos hombres sabían actuar y lo hacían poniendo lo mejor de sí para que todo saliera bien.

En esa semana vino a verme el Comandante de la Agrupación de Comandos Anfibios para ajustar detalles sobre sus actividades futuras. Me hizo notar la necesidad que tendríamos de contar con numerosos visores nocturnos. Me pareció atinado, y ordené hacer un pedido urgente de provisión de esos elementos. Después de sortear algunos escollos burocráticos, el pedido se tramitó, y pocos días después nos llegó una abundante cantidad de visores que rápidamente se enviaron a las islas. Allí fueron entregados a nuestras unidades de Infantería de Marina y alcanzaron también para proveerlos a las unidades del Ejército. Esta compra, hecha en los Estados Unidos, evidenció la capacidad de reacción de nuestra estructura de abastecimientos navales y la prontitud con que resolvió el problema.
El período de la defensa:
El sábado 10 de abril, el Almirante Lombardo viajó a las Malvinas y dispuso que Allara, García Boll y yo lo acompañáramos. Al llegar me encontré con el Capitán Robacio, Comandante del BIM5, que ya estaba preparando las posiciones en el amplio frente que le habían asignado. Me pareció que tenía dos debilidades importantes dentro de ese esquema defensivo. El frente asignado a cubrir era demasiado extenso para los efectivos de un Batallón, y carecía de defensa antiaérea, o antihelicópteros, cosa que lo hacía muy vulnerable a un helidesembarco que le pudieran efectuar en su extensa retaguardia. Comentamos también que carecía de vehículos para desplazar sus elementos más pesados hasta las posiciones que estaba organizando. Yo había visto el 2 de abril las dificultades que presentaba transitar en ese terreno, por lo que le hice presente que me parecía que tendría que llevar todos sus elementos hasta sus posiciones con sus propios hombres,
para lo que tendría tiempo suficiente. Le dije que me parecía que tendría que organizar un “safari”. Nunca supe si, estuvo de acuerdo o lo aceptó por un problema de subordinación. Nuestra relación con Robacio empezó cuando él era cadete en la Escuela Naval y yo era un joven Teniente que les daba clases. Siempre había sentido por él una particular estima. Lo sabía serio, responsable, buen profesional y, sobre todo, muy buen líder.
Aunque Robacio no me planteó nada más, me quedaron dos serias preocupaciones: cómo daríamos agua potable a los hombres que permanecieran en las posiciones y cómo haríamos para evitar que los pozos de las fortificaciones a construir se inundaran por las filtraciones en ese terreno tan húmedo.
En la reunión que el Almirante Lombardo mantuvo con el Gobernador Militar, General Menéndez, que estaba acompañado por el General Daher, escuchamos una exposición sobre el esquema operativo en que descansaba en ese momento la defensa, que contaba con el BIM5 y el Regimiento 25 del Ejército. Casi al terminar la reunión, el Almirante Lombardo preguntó si había algún problema logístico. La respuesta del General Menéndez fue rápida. “No. En las islas tenemos seiscientas mil ovejas.”
Regresamos a Puerto Belgrano el mismo sábado muy tarde, y el domingo muy temprano nos reunimos con mi Estado Mayor. Les comenté mi inquietud sobre la debilidad del BIM5 y lo que yo veía como necesidad de darle un refuerzo antiaéreo. Pensaba también que la extensión del sector asignado exigiría cubrir con fuegos los espacios no cubiertos con hombres. En definitiva, pedí que averiguaran si había alguna posibilidad de obtener armas antiaéreas que pudiéramos utilizar para esos fines. Ya esa tarde tuvimos información de que en depósito en el arsenal había unas viejas ametralladoras antiaéreas de 12,7 mm que hacía varios años habían sido retiradas del servicio, y que parecían estar en buen estado, por lo que comenzamos a diseñar una Compañía de tres secciones con tres grupos de tres ametralladoras cada uno. En total serían 27 armas con un razonable poder de fuego para el propósito antihelicópteros que nos había motivado, pero que yo, como viejo artillero antiaéreo, no descartaba su uso alternativo en el combate terrestre.

Habría que recorrerlas técnicamente para comprobar si realmente estaban en buenas condiciones de funcionamiento, reparar lo que fuera necesario, colocarles visores nocturnos, recorrer y comprobar el buen estado y funcionamiento de la munición, que tenía sus buenos años de estar en el depósito y, fundamental, adiestrar a las dotaciones que habrían de operar esas armas. Como siempre, mi Estado Mayor empezó a moverse con toda diligencia e iniciativa. El personal designado para tripularlas recibió instrucción sobre su manejo y uso táctico y cumplió las condiciones de tiro, para lo que hubo que exhumar viejos manuales. Los talleres de Armas Navales y de Óptica y Control Tiro funcionaron a la perfección, las recorrieron, solucionaron algunos problemas, les colocaron visores nocturnos, se recorrió la munición una a una para comprobar su buena entrada en las recámaras. Rápidamente tuvimos todo listo. Fueron con los aspectos logísticos solucionados en la misma forma que las unidades que habíamos destacado antes, además de algunas instrucciones escritas sobre uso y empleo táctico, entre lo que se destacaba la indicación de que debía evitarse el fraccionamiento de la Compañía. El sábado siguiente estaban arribando a Puerto Argentino. Éste es un aspecto que merece algún comentario.
Esta unidad fue una improvisación para satisfacer una necesidad que se había hecho evidente como consecuencia de las tareas de preparación de la organización defensiva que estábamos montando en Puerto Argentino. Pero mi Estado Mayor sabía trabajar, y coordinó todas las actividades sin imprevisiones graves, por lo que el resultado fue excelente. Una vez más, comprobé que improvisar no conlleva necesariamente imprevisiones de consecuencias lamentables.
Al llegar esta Compañía de ametralladoras de 12,7 mm a Puerto Argentino, a pesar de nuestra indicación de que no fuera fraccionada, se asignó una Sección al BIM5, una Sección al Regimiento 7 del Ejército y otra Sección se destacó a la zona de península de Camber, al norte de Puerto Argentino, para proveer a la defensa de la localidad. Siempre pensé que si el BIM5 hubiera tenido el fuego de apoyo de toda esta Compañía en lugar de contar con una sola Sección, su excelente desempeño el día del ataque británico seguramente habría sido aún más eficaz. Nunca supe quién ordenó ese fraccionamiento, que creo fue un error.
Poco después, el Comandante de la Aviación Naval me pidió una Sección de Infantes para dar seguridad a un aeródromo de campaña que se estaba instalando en la isla Borbón, situada al norte de la Gran Malvina, casi frente a la boca norte del Estrecho de San Carlos. Cuando García Boll me explicó el propósito del pedido, me pareció que una Sección no era suficiente para cumplir esa tarea durante un período más o menos largo debido al desgaste que cabía esperar sufrirían los hombres por el clima y el esfuerzo de muchas guardias, por lo que le propuse mandar una Compañía y no una Sección, lo que aceptó. Decidí enviar una Compañía del BIM3, con el fin de no desmembrar a los BIM 1 y 2, a los que pretendía tener en condiciones de ser desplazados a las Malvinas si hacía falta. Al llegar a Puerto Argentino se repitió lo de la Compañía de ametralladoras de 12,7.

Se destinó a la isla Borbón una Sección, como habían pedido y al resto se lo fraccionó entre otras unidades. Cuando los británicos hicieron el ataque a la isla Borbón el 15 de mayo, esta Sección estaba muy debilitada por tener muchos enfermos y el personal muy fatigado, lo que les facilitó el total éxito en esa operación. Tampoco supe nunca quién adoptó esa decisión que también me pareció equivocada.
Para manejar el apoyo logístico de todos esos elementos enviamos un Grupo de Servicios para Apoyo de Combate, sin muchos medios de transporte, pensando que en los días venideros el terreno se haría bastante intransitable y que sería necesario recurrir al transporte personal, por la propia tropa, de los distintos efectos logísticos.
Así como en la operación de recuperación de las islas el Capellán fue valioso, en todo el período de la defensa tuvimos un importante apoyo religioso que los hombres apreciaron en todo momento. La presencia cotidiana del Padre Pablo Cantalicio Sosa, a quien los soldados llamaban “El santo de las trincheras”, dando la comunión y reconfortando a los hombres que estaban en ellas, mostró a un sacerdote que en su abnegación, modestia y generosidad estuvo a la altura de un héroe que, por supuesto, no ha sido reconocido como tal.
Los escalones logísticos:
El sistema logístico de la Armada funcionó bien durante todo el conflicto, basado en una organización que marchaba así desde el tiempo de paz. En 1980 la Armada, sin tener en la más mínima consideración la posibilidad de un conflicto por las Malvinas, sino otras hipótesis de mayor relevancia en ese momento, había ejecutado una ejercitación que incluyó todo el aspecto logístico, desde una orden de alistamiento general para toda la Armada, hasta el embarco de una Compañía de Infantes de Marina en un avión listo a transportarlos hacia el supuesto teatro de operaciones, incluyendo el relevamiento de posibles proveedores, sus direcciones, teléfonos, capacidades, cálculos de requerimientos, preparación de órdenes de adquisición, medidas preventivas para asegurar el transporte de los elementos a las zonas donde fueran necesarios, etc. Para asegurar la coordinación de todo ese esfuerzo, se implementó la estructuración de una Central de Operaciones Logísticas. Todas estas previsiones se aplicaron durante el conflicto, dejando lo que me parece una enseñanza valiosa: las estructuras logísticas no se preparan para un conflicto dado, sino que, si funcionan bien, se adaptan con facilidad a las exigencias de cualquier conflicto. Lo único que puede variar es la naturaleza de algunos elementos a obtener. Pero no era sólo el sistema bien organizado para asegurar el éxito del apoyo logístico. Tenía influencia en el resultado la disposición a resolver problemas que mostraban todos los integrantes de la estructura logística desde sus escalones superiores hasta los que manipulaban las cargas. Vale un relato: el 12 o 13 de abril nos encontrábamos en Baterías con mi Estado Mayor, bastante entrada la noche, analizando cómo resolver los dos problemas que mencioné, relativos a la provisión de agua potable a los hombres que iban a ocupar las posiciones defensivas en las Malvinas y cómo impedir que la filtración de agua en los pozos de zorro de las posiciones que afectara la salud de los hombres. En eso estábamos cuando me informaron que habían llegado los Capitanes de Navío Contadores, Mario Satti y Cayetano Mario Carvajal, Director de Abastecimientos Navales y Jefe del Departamento Control del Material, respectivamente, que regresaban de las Malvinas, adonde habían ido para enterarse de los problemas que pudieran tener los hombres de la Armada que estaban destacados allí, y que de paso (¿?) hacia Buenos Aires se corrieron hasta Baterías para saber si teníamos algunas necesidades.

Les planteamos esas inquietudes y les dijimos cómo nos parecía que se podrían solucionar.
Pocos días después recibimos, para realizar pruebas, unas muestras de bidones con filtro incorporado y pastillas desinfectantes para hacer potable el agua que se podía recoger de los abundantes chorrillos de las islas. Para los pozos de zorro nos mandaban unos enormes rollos de plástico destinados a adosarlos a las paredes de los pozos. Luego de probar ambas soluciones y comprobar que mejoraban notablemente la situación, hicimos el requerimiento correspondiente y fueron enviados en abundante cantidad para nuestras unidades en las Malvinas. Durante la defensa no tuvimos mayores problemas con el agua que consumieron nuestros hombres, y los reducidos casos de pies de trinchera que sufrimos hablan del buen resultado de la previsión adoptada, junto con otras medidas. Los Infantes siempre supimos que cualquier cosa que necesitáramos, habría alguien más atrás que haría lo indecible por proveérnosla.
Necesidad de mantener un contacto permanente con las fuerzas destacadas:
La guerra nos trajo problemas desacostumbrados. Teníamos 1.659 hombres destacados en las Islas Malvinas que estaban incorporados a la estructura defensiva del Ejército y de la Fuerza Aérea, pero que dependerían de nuestro apoyo logístico y, por supuesto, de todo otro tipo de respaldo. Establecimos un sistema de visitas a las unidades que estaban destacadas en las islas con una frecuencia semanal o quincenal según fueran las posibilidades de los vuelos a Puerto Argentino. En esa forma tuvimos una información bastante eficaz de las necesidades que se les presentaban y de lo que había que proveerles. Pienso que para ellos significó también un buen respaldo espiritual saber que la estructura de la Armada estaba próxima y alerta para resolver todo aquello que tuviera solución posible. Este sistema subsistió hasta la última semana del enfrentamiento.
La actividad del Estado Mayor del Comando de Infantería de Marina (COIM):
El COIM era una estructura concebida y diseñada para manejar fuerzas y dirigir el adiestramiento y la preparación de toda la IM. La circunstancia de tener fuerzas destacadas para combatir en las Malvinas se constituyó en una novedad que distorsionó ese funcionamiento, ya que los integrantes de su Estado Mayor eran hombres muy capaces, que se sentían, en alguna medida, espectadores de las cosas importantes que iban a hacer otros.
Me pareció que había un fuerte riesgo de desmoralización a breve plazo, por lo que decidí que tenía que darles tantos trabajos a realizar como para que estuvieran permanentemente ocupados planificando y resolviendo mis inacabables requerimientos. Y de paso les proporcioné un buen blanco sobre el que pudieran dirigir su enojo y sus protestas, cosa que siempre mantiene una buena moral. Les pedí planificar tantas alternativas como se me ocurrieron para afrontar diferentes eventualidades, como por ejemplo resolver cómo recibir en cada uno de los diferentes puertos posibles a las tropas que pudiera ser necesario replegar desde las islas en caso de llegarse a un arreglo que implicara esos movimientos, el eventual empleo de la Brigada destacándola a las islas fraccionada en diferentes maneras, las eventualidades de un enfrentamiento en el teatro de Tierra del Fuego, apreciaciones de inteligencia, etcétera. Por supuesto, los que tenían que hacer todas esas actividades eran hombres inteligentes que se daban cuenta de que yo los quería tener ocupados, por lo que las ejecutaban con su eficiencia acostumbrada, pero con una buena cuota de descontento. En mi descargo debo decir que para mí también era una buena tarea adicional leer y analizar todos los trabajos que me entregaban y que yo por supuesto, debía aprobar.

Vale una anécdota. Después del 14 de junio, una tarde recibí la información que, al día siguiente llegaría a Punta Quilla desde las Malvinas el ARA Bahía Paraíso, acondicionado como buque hospital, trayendo de regreso una cantidad de soldados. Fui al Cuarto de Operaciones a pedir el plan que yo sabía que habíamos preparado para resolver esa eventualidad. Había un Suboficial al cual le hice el pedido y noté que demoraba mucho en encontrarlo. Poco después llegó un Jefe muy caracterizado que al enterarse de lo que yo buscaba le hizo por lo bajo al Suboficial una indicación que yo creí entender como los PAP. El Suboficial efectuó un rápido gesto de asentimiento y en un abrir y cerrar de ojos el plan estuvo en mis manos. Cuando pregunté qué eran los PAP hubo varias sonrisas nerviosas pero ninguna respuesta. En ese momento llegó el Capitán Payba, que con su modalidad particular me dijo que se trataba de una broma. Quise participar de la broma, y entonces me dijo que el bibliorato de los PAP era aquel donde se archivaban los “Planes al P…”. Seguí la broma y dispuse que abrieran un nuevo bibliorato denominado PAPA, “Planes al P… Aplicados”. Poco rato después estaba todo el Estado Mayor aplicando las previsiones que nos permitieron tener, a la mañana siguiente, bien temprano, en el desierto muelle de Punta Quilla, los micros privados alquilados en las empresas que ya estaban apalabradas, dos ambulancias, personal de sanidad, cocinas de campaña con personal para preparar un rancho volante, algunos equipos y elementos de abrigo y aviones para llevar a los hombres del BIM5 hasta Río Grande y otro para los que debían ir a Puerto Belgrano. Mis subordinados habían hecho perfectamente todas las coordinaciones que estaban previstas en el plan y las cosas habían funcionado muy bien. Fui con varios miembros del Estado Mayor para recibirlos.
Al arribo del ARA Bahía Paraíso a Punta Quilla subimos a bordo para enterarnos de los problemas que pudieran tener y para saludarlo al Comandante. Me hicieron recorrer el buque. En una de las bodegas habilitadas como sala de internados estaba un joven soldado herido. Un médico muy joven se me acercó y me pidió autorización para hablar conmigo en privado. Me dijo que en su opinión el herido ya había recibido toda la atención que se le podía dar en el buque, pero que si seguía a bordo no se lo podría salvar. Me propuso que ya que yo iba a regresar a Puerto Belgrano de inmediato, lo lleváramos y que en esa forma se salvaría. Me sorprendió el pedido, pero pensé que si este joven se atrevía a plantearme un problema así era porque ya había agotado sin éxito otras instancias. Consulté con otros médicos y opinaron lo mismo.
Les puse una condición: que me aseguraran que resistiría el viaje, ya que el aspecto que tenía no era el más tranquilizador. Me aseguraron que lo acondicionarían bien para que llegara a Buenos Aires o a Puerto Belgrano sin problemas. Lo instalamos en una de las ambulancias con buen aire acondicionado y fue embarcado rápidamente en el avión. Nunca más lo vi a ese médico y tampoco supe su nombre. Creo que a él le quedó la enseñanza de que cuando se está convencido de algo hay que agotar todas las instancias para llevarlo a cabo. Y a mí me quedó otra enseñanza: escuchar siempre a un subordinado que se atreve a plantear un problema que tal vez se pudo resolver sin que él tuviera que plantearlo a alguien mucho más antiguo. El joven herido fue llevado hasta Buenos Aires y a fines de ese año, ya restablecido, era condecorado por herido en combate.
A mediados de julio debimos poner en práctica el PAP para recibir prisioneros en Puerto Madryn y llevarlos hasta Trelew y luego, por avión, a Buenos Aires. El operativo también fue eficientemente realizado según las previsiones del plan.

Cartas a los soldados de IM:
En los primeros días de mayo debí viajar a Buenos Aires. En el Comando de la Armada estaban respondiendo a una pregunta que provenía del Ministerio de Defensa. Consultaban qué elementos debía pedirse a la población con destino a las tropas de Infantería de Marina que estaban en las islas. Yo consideré que el sistema logístico de la Armada nos proveía todo lo necesario y que no necesitábamos nada de otro origen. Mi respuesta causó alguna sorpresa y ante la insistencia, se me ocurrió que había algo que nuestro sistema no les proveía a los soldados. Sugerí que se le pidiera a la población que mandaran cartas destinadas a “Un soldado de IM” con mensajes para los soldados, y di la dirección del COIM. El pedido se publicó en varios diarios y se anunció en algunas radios. Tres o cuatro días después, el Oficial de Personal del COIM me pidió que lo acompañara para mostrarme algo. Era un conjunto de cinco o seis bolsas de correspondencia llenas de cartas para nuestros soldados. Las enviamos a las islas y fueron distribuidas a nuestros hombres. Las bolsas siguieron llegando regularmente.
Como corresponde a un sistema que funciona bien, unos días después llegaron al COIM dos oficiales del Servicio de Inteligencia Naval (yo soy Oficial de Inteligencia) planteándome la inquietud de que entre las cartas podrían aparecer algunas que afectaran desfavorablemente la moral de los soldados. La inquietud podía ser válida y me pareció razonable hacer una comprobación. Como siempre teníamos algunas bolsas con correspondencia pendiente de enviar, mandé buscar cincuenta cartas para abrirlas y leer su contenido. A la lectura de la tercera o cuarta carta, uno de ellos empezó a emocionarse y a hacer pucheros y dijo que con lo que había visto era suficiente, con lo que dimos por terminada la averiguación y seguimos con las cartas. Hay personas que todavía hoy guardan las cartas que recibieron en las Islas, y otros las respuestas que recibieron desde las Islas. Me parece que éste es un aspecto que cabría analizar como experiencia para cualquier conflicto futuro y aun para mejorar la moral del personal destacado en misiones de paz.
Preparación de los Batallones 6 y 7 de Infantería de Marina y redespliegue de las unidades de Infantería de Marina:
Tan pronto como finalizamos las tareas derivadas del envío de las unidades destinadas a la defensa de las islas, comenzamos a adoptar medidas para organizar, equipar y adiestrar dos Batallones más, el 6 y el 7, ante la eventualidad de que las operaciones se prolongaran o se ampliaran. Uno de ellos se estructuró en base al personal de la Escuela de Suboficiales de IM y el otro, con personal del Batallón de Seguridad de la Base de Puerto Belgrano. Comenzaron un buen período de adiestramiento y creo que, si hubieran tenido que actuar efectivamente, lo hubieran hecho con toda eficiencia.
También estimamos con el Estado Mayor que sería conveniente acercar las unidades de combate de Infantería de Marina al teatro de operaciones del Sur no sólo para que se aclimataran y se adaptaran a las condiciones del terreno, sino para tenerlos más cerca de posibles operaciones que fuera necesario ejecutar, entre ellas las de reforzar la guarnición de Malvinas o hacer relevos en ellas de personal fatigado, por lo que le hice la propuesta al Comandante de Operaciones Navales, quien aceptó y ordenó su ejecución.
Y mi Estado Mayor preparó un PAP con previsiones para trasladar a las islas por avión fracciones de aproximadamente 35 hombres con los víveres, munición, equipos, combustibles y otros elementos con los mismos niveles que habían llevado cada una de las unidades destacadas originalmente.

Regreso de los oficiales prisioneros. Pedido a las esposas. Lo inesperado El 14 de junio se produjo la rendición de la guarnición que defendía las Malvinas, pero no se rindió la Argentina ni su Gobierno, por lo que los británicos se encontraron con que no podían levantar ni aliviar ninguna de sus medidas defensivas ni de prevención por no haber una declaración de cese de hostilidades, que el Gobierno de Londres reclamaba y el Gobierno de Buenos Aires no estaba dispuesto a otorgar. Los británicos se encontraban con el enorme problema de tener varios miles de soldados prisioneros, a los que no estaban en condiciones de proporcionar alojamiento, comida y asistencia sanitaria en medio de un clima verdaderamente duro. Por lo tanto, decidieron devolver a los soldados y algunos suboficiales, pero retuvieron a los oficiales y a algunos suboficiales en calidad de rehenes hasta que el Gobierno argentino aceptara declarar el cese de hostilidades, manteniéndolos en los lugares donde ellos preveían que pudieran sufrir ataques argentinos, como una forma de disuasión. Éstos no eran meros rumores ni amenazas, sino las declaraciones formales desde las de la señora Thatcher para abajo. Paralelamente, el Gobierno argentino había anunciado que no declararía el cese de hostilidades.
Parecía una situación sin salida, que amenazaba con deteriorar a breve plazo la moral de las familias de los prisioneros, entre los cuales había muchos Infantes de Marina. Decidí tratar de incorporar a las señoras a nuestro esfuerzo y proponerles una actividad que impidiera su desmoralización. Les pedí que empezaran una campaña de escribir cartas a diferentes autoridades mundiales poniendo en evidencia el proceder británico, reñido con los convenios de Ginebra y rayano en lo que se podía calificar como un proceder pérfido. No todas entendieron la propuesta en su verdadero alcance, porque habían ido a la reunión con la esperanza de recibir buenas noticias y yo no se las había dado porque no las había. Algunas se fueron a sus casas verdaderamente enojadas. Dos días después, y cuando ya les estábamos mandando a las señoras un proyecto base de las cartas a enviar, vino a verme alguien para preguntarme si yo había hecho esa reunión. Me comentó que, al día siguiente de haberse efectuado, el Cónsul de un país extranjero había mandado una comunicación a su país informando lo que pensábamos hacer.
Estimamos que posiblemente alguna señora había hecho en su casa el comentario ante alguna persona que lo transmitió al mencionado Cónsul. Tres días después recibimos el aviso de que el transbordador británico Saint Edmond arribaría a Madryn con los prisioneros argentinos que aún quedaban en esa situación. Puede ser que ambos episodios no hayan tenido nada que ver uno con el otro. Y también puede ser que uno haya sido consecuencia del otro.
Cadáveres en primavera:
Aunque el episodio que sigue no tiene estricta relación con la Infantería de Marina me parece que puede ser una experiencia que no debería olvidarse. En el mes de septiembre de 1982 la Armada dispuso que los Comandantes de la Flota, la Aviación Naval y la Infantería de Marina fuéramos reemplazados. Yo fui destinado a ser Jefe del Estado Mayor Conjunto, cargo que implicaba ser Secretario del Comité Militar cuando se reunía como tal. Como consecuencia de este último cargo, debí coordinar algunas de las decisiones que se referían a las cuestiones derivadas de la guerra por las Malvinas y que no tenían un responsable orgánico que las debiera resolver. Uno de esos días apareció en todos los medios de comunicación social de Buenos Aires una noticia refiriendo que los cadáveres de los soldados argentinos enterrados en el campo de combate empezaban a aparecer al descubierto como consecuencia de los deshielos y de haber sido mal enterrados. Los informes hablaban de desaprensión y de descuido al ser enterrados, dando detalles bastante macabros. Me pareció que era el inicio de uno más de los intentos desmalvinizadores británicos que ya se estaban haciendo evidentes por esos días. Decidí actuar asumiendo mi responsabilidad como coordinador de las actividades referidas a las Malvinas y me puse en contacto con el Delegado en Buenos Aires de la Cruz Roja Internacional. Lo invité a mi oficina, le mostré las informaciones que habían aparecido, le hice notar que la responsabilidad por el manejo respetuoso y eficiente de los cadáveres de todos los soldados muertos en los combates de los últimos días de la guerra era de Gran Bretaña por ser el contendiente que había quedado en poder del terreno donde se combatió, todas cosas que él conocía muy bien, y le informé que estábamos preparando una denuncia ante la Cruz Roja Internacional para que actuara contra Gran Bretaña. Hizo un rápido gesto de asentimiento o de comprensión y me pidió que le diera una semana para resolver el problema. Le dije que sí, a condición que, dejaran de aparecer esas noticias en la Argentina y en el exterior. Cuatro días después me informó que Gran Bretaña había comunicado la decisión de contratar a una empresa especializada para que se hiciera cargo de los cadáveres de todos los caídos en los combates de esos últimos días, organizando un cementerio para los soldados británicos y otro para los argentinos. Este último se instaló en el lugar donde se encuentra actualmente. Con ese motivo, el Estado Mayor Conjunto emitió un comunicado informando la decisión británica.

Creo que la referencia anterior y esta última muestran un criterio general para manejar los problemas que tenemos con Gran Bretaña. No hay que ser agresivos verbalmente, pero cada vez que nos quieran forzar a una determinada conducta hay que mostrarles la firme decisión de actuar según nuestras conveniencias y de estar dispuestos a jugar tan duro como ellos juegan. Hay que recordar que la Fuerza de Tareas británica fue destacada como consecuencia de un asesoramiento dado a la Primer Ministro, que fue aceptado como correcto, y se transformó en una convicción, en el sentido de que nosotros nos replegaríamos ante la noticia de la aproximación de las fuerzas británicas. Eso ocurrió porque creían que actuaríamos así. Posiblemente, si hubieran tenido la certeza de que íbamos a luchar duramente, la negociación y las operaciones habrían tomado otros rumbos.
Conclusión:
Durante las guerras no todos deben cumplir funciones de combate directo. La experiencia
recogida realizando tareas de respaldo logístico y administrativo pueden tener tanta importancia o trascendencia como las más importantes del combate, y vale tenerlas en cuenta por[1]que no siempre se las estudia ni son objeto de análisis ni de desarrollos teóricos. Pero cuando
llega la situación real, es necesario que alguien las realice, y que las realice bien.

(*) CL VGM Carlos A. C. Büsser: El Contraalmirante de IM VGM Carlos A. C. Büsser comandó la Fuerza de Desembarco en la Operación Rosario para la reconquista de las Islas Malvinas en 1982. Lamentablemente, este gran hombre de armas, falleció el día 29 de Septiembre de 2012.
Publicado en el BCN 818 – Septiembre/diciembre 2007