Un auto que nació para ganar, temperamental y rápido, con un piloto que lo supo entender.
Por: Oscar Filippi – Para: Prensa OHF
Afines de la década de 1960 el Turismo Carretera había dejado de lado a las cupecitas y su parque estaba formado por prototipos construidos a partir de los vehículos llamados “compactos”. Uno de los primeros en su tipo fue un Bergantín con mecánica Chevrolet 250, al que el ingenio popular bautizó como “La Garrafa” porque entre sus publicidades se destacaba la de Agipgas y estaba pintada del mismo color que las garrafas de esa marca.
El gran desafío era derrotar a los Torino del equipo oficial IKA dirigidos y preparados por Oreste Berta.

Fue un 16 de Julio, pero de 1967, aquel día el TC se presentaba en el autódromo de Buenos Aires, ese mismo día hacía su debut el auto creado por los Hnos. Bellavigna (Aldo y Reinaldo), sobre la base de un Bergantín creaban aquel prototipo con motor Chevrolet 250 de casi 300HP, que le daría la victoria a Andrea Vianini. En aquella accidentada competencia el temperamental Andrea Vianini, hacia historia en una competencia que prometía mucho, estaban los “Torino de la CGT” (Copello, Gradassi, Ternengo), grandes favoritos, Cupeiro no se quedaba atrás quería meter el “Chevytú” en los más alto del podio, Atilio Viale del Carril estaba con el Prototipo Ford, Cabalén con el “Mustang F100”, las tribunas estaban colmadas, en clasificación Copello marcaba el uno, pero detrás a 6/10 estaba el auto debutante, “La Garrafa” mostraba que había nacido muy bien, la pregunta era: ¿Un auto que había nacido para ganar?
Aquel fin de semana se corrieron tres series, la primera la ganaba sorprendiendo a quien marcaba el mejor tiempo el prototipo Ford F-100 de Horacio Steven, en manos de Atilio Viale del Carril, que clasificó cuarto, la segunda se la acreditaba Andrea Vianini, demostrando que no solo en clasificación había sido rápida y le ganaba a otro Chevrolet, “El cuadrado” de Peduzzi, la tercera triunfaba el “Chevytú” y atrás una jauría de Torinos encabezados por Gradassi, para la final se esperaba lo mejor, las tribunas apretadas de fanáticos esperaban ansiosos la largada de la final, se puso en marcha y en medio del pelotón parado el auto de Julio Devoto, los líderes dan la primer vuelta y se encuentran con el auto parado lo esquivan y bajan la velocidad, pero atrás no pudieron evitarlo y se armó una carambola infernal, se esperaba lo peor, pero ese día hasta Dios estaba en el autódromo y no hubo que lamentar víctimas, carrera detenida y vuelta a largar con muchos autos menos, de ahí en más el espectáculo no se hizo presente, Gradassi tomo la punta seguido por Vianini, hasta que lo superó y se terminó la carrera, había ganado el auto que había nacido para ganar y Andrea Vianini lo llevaba al triunfo, este fue el clasificador de la carrera:

Pos. Piloto – Auto – Tiempo/Dif.
1º Andrea Vianini La Garrafa/Chevrolet 25m 11s 5/10
2º Héctor Luis Gradassi Torino 380 W a 6s 1/10
3º Benedicto H.Caldarella – Torino 380 W a 56s
4º Nasif Estéfano – Torino a 1m 2s 4/10
5º Ricardo Peduzzi – El Cuadrado/Chevrolet a 1m 3s 3/10
6º Oscar Cabalen – Mustang/F-100 a 1m 5s 4/10
7º Gastón Perkins Torino a 1 vta.
8º José Manzano – Torino a 1 vta.
9º Eduardo Casá El Tractor/F-100 a 1 vta.
1O° César Malnatti – Torino a 1 vta.
Record de vueltas para Andrea Vianini en la 2ª vuelta con 1m 14s 1/10 a 152Km 588 metros por hora.


Aunque solo logró dos victorias entre 1967 y 1968, siempre con el talentoso Andrea Vianini como piloto, este vehículo permanece en la memoria de los fanáticos como un símbolo de una época en la que los preparadores ponían todo su ingenio aprovechando al máximo las libertades de los reglamentos. Gracias al esfuerzo de Aldo Bellavigna, quien lo construyó junto a su hermano Reinaldo, La Garrafa sigue tal cual como corrió hace más de cinco décadas, algo que eleva su estatus de ícono.
La construcción de Bellavigna V-1 TC, tal la denominación oficial del auto, demandó cinco meses y en su proceso de armado se usaron varias soluciones innovadoras. Para empezar, estaba equipado con una estructura tubular de caños de cromo molibdeno, el mismo material usado en el fuselaje de los aviones. Además de servir de jaula protectora, actuaba como un falso chasis. También tenía varias piezas exteriores de fibras de vidrio, como la trompa que cubría un poderoso motor Chevrolet 7 bancadas de 300 hp alimentado por tres carburadores Weber horizontales.

Los Bellavigna estaban convencidos de que su prototipo iba a ser competitivo, pero necesitaban a un piloto que lo pudiese aprovechar al máximo. Por eso eligieron a Andrea Vianini, quien ya había mostrado su talento en otras divisiones como la Mecánica Argentina Fórmula 1, la Fórmula 3 Internacional y algunas competencias de larga duración.
“Mirá, Andrea, vos sos el único corredor de primera línea que no tiene un auto para la temporada de TC. Estamos preparando algo que va a dar que hablar y queremos que lo manejes porque te tenemos mucha confianza”, le dijeron.
El Tano, que por ese entonces tenía 25 años, los escuchó atento y aceptó la invitación, aunque no estaba del todo convencido de que el auto pudiese funcionar como le decían Aldo y Reinaldo. Cambió su opinión tres meses después, cuando fue al taller de los hermanos y vio el vehículo a medio terminar. “De golpe supe: ¡los tipos habían tenido una inspiración genial!”, dijo.
El estreno fue con lo justo ya que el auto se terminó de alistar a las cuatro de la mañana del domingo, pero la trasnochada valió la pena. Andrea Vianini, ganó de manera inobjetable. La hinchada de Chevrolet lo festejó como nunca ya que se trató de la primera victoria de la temporada, que hasta allí venía con dominio de Torino (nueve triunfos) y Ford (seis).
“A partir de ese momento, los “fanas” de Chevrolet se me pegaron como un solo hombre; por primera vez tuve una hinchada de verdad”, contó Andrea Vianini en sus memorias (“Un hombre es siempre un hombre”, publicado por la editorial Atlántica en 1996).

“La Garrafa” solo ganó dos carreras (la segunda fue el 16 de marzo de 1968 en Alta Gracia, Córdoba), pero varias veces estuvo en la pelea por los primeros puestos. Eso hizo que sea favorito para cualquier prueba, de autódromo o de ruta.
Los Problemas de “La Garrafa”:
En San Nicolás (10/9/1967) Vianini tenía el triunfo en el bolsillo, pero faltando cinco vueltas tuvo que abandonar. Ganó Larry con el Torino Lutteral. En San Juan (8/10/1967) Vianini no corrió y Carlos Marincovich fue el encargado de conducir el prototipo amarillo en la inauguración de El Zonda. No tan adaptado como Andrea, Marincovich, que lo manejaba por primera vez, no pudo contra Eduardo Copello (Torino).
Mientras que en el Gran Premio que cerró el torneo de 1967, La Garrafa y Vianini anduvieron compitiendo directamente contra las Liebres de Copello y Héctor Gradassi. Aunque volvió a repetirse un problema que aquejó en general al auto: relativa falta de resistencia mecánica. La caja fue el elemento más frágil en varias oportunidades.
En la segunda etapa, Andrea Vianini venía punteando y se quedó con la palanca trabada. En la tercera, después de arreglar, también ocupaba el primer puesto por tiempos en los parciales y tuvo que detenerse. En la cuarta y última, el motor lo dejó tirado cuando faltaban 80 kilómetros para llegar a la meta, primero.

Más allá de esos traspiés, este particular vehículo de color amarillo cumplió un papel fundamental en la proliferación de nuevos prototipos. Como lo resumió Germán Sopeña en una nota publicada en la edición N° 103 de CORSA: “No se le puede discutir que es un auto con gran personalidad. Se la imprimieron los hermanos Bellavigna al construirlo y Andrea Vianini al manejarlo. Moderno y lógico en el concepto constructivo y veloz e impetuoso por quien lo conduce… Podría parecer ridículo hablar si, un auto tiene o no personalidad, pero entre autos con características propias y definidas La Garrafa tiene un lugar destacado”.
Los perros, casi sin excepción, se comportan como sus dueños.
Si el amo es tranquilo, el can también suele serlo; si es antipático lo mismo, si es una pila de nervios hasta el perro vuelve a todos locos en una casa con su carácter nervioso. Y nadie duda que el perro es el mejor amigo del hombre.
Los autos de carrera, claro. carecen de esas características propias de la vida, pero también, como elementos mecánicos dotados de percepción, son capaces de ser como sus dueños.
Un piloto temperamental puede conducir un auto temperamental, que a lo mejor presenta un comportamiento irregular. Aunque en esos momentos termina su comparación con los perros porque entonces no son considerados como uno de los amigos del hombre sino como uno de los peores enemigos. No sólo consumen dinero en gran cantidad. A la vez producen esos instantes de amargura cuando se detienen para no seguir.
Andrea Vianini es temperamental, veloz y ganador. Y la Garrafa que conduce responde en la misma medida. Con respecto a otros autos, es siempre un coche destinado a ganar, es espectacular, entusiasma a las multitudes, pero a la vez es bastante ocurrente. Más de una vez perdió una carrera que tenía ganada para desilusión de toda una hinchada que dependía únicamente de su actuación.