«El automovilismo es el 90 por ciento de mi vida. El resto es mi familia, mis amigos, todo lo demás… Pero así no lo pongas. Si mi mujer lo lee se va a amargar mucho… Rebajá los porcentajes…» (Oscar Cabalén a Revista El Gráfico)
Por: Oscar Filippi – Para: Prensa OHF
Gracias a Don Enrique Morichetti, lo pude conocer y estrechar su mano, el viernes 12 de Mayo de ese triste año de 1967, en la Estación de Servicio “Isaura” de Morichetti Hnos. en las Avdas. Libertad esq. Juan H. Jara, por aquella época, tenía un Dodge 1933 – «Tipo Hot Rod» (con mecánica Continental 6 cil.), que me atendían en esa estación de servicio, con la atención mecánica de Osvaldo Caccaviello, un motorista que llegó atender el auto de Pablo Fachinni «La Blanquita».
Quedé sorprendido por su buen trato, lejos de ser una “estrella” de aquel glorioso Turismo Carretera, su risa fácil y franca y su amabilidad con todos los presentes. La “Vuelta Mar del Plata – Miramar” se correría el domingo 14 de Mayo de 1967. Las fechas del automovilismo corren como un Turismo Carretera, pero los recuerdos quedan para siempre.
Nació en Chabás (Santa Fe), un 4 de febrero de 1924, pero Córdoba lo adoptó. Su nombre es sinónimo de automovilismo y no necesitó de un título para convertirse en ídolo. Seguramente, habría conseguido el campeonato de Turismo Carretera que se le negó en 1961 pero la vida se le apagó muy rápido a Oscar Cabalén, de cuya muerte se cumplieron 55 años este 25 de agosto.
Era grande. Realmente grande. Con la seguridad que impone un hombre de fe en sí mismo. Con la capacidad que brinda la inteligencia. Con talento… Y le gustaban los fierros. Eran su pasión. Su vida. Y fueron su muerte…

Oscar Cabalén fue un gran piloto del automovilismo argentino de amplia trayectoria en el Turismo Carretera y en el Turismo Mejorado. A los 8 años manejó por primera vez uno de los autos de su padre. Y de entonces empezó la pasión «fierrera». La misma que un día lo hizo dejar todos sus negocios, todas sus cosas… Vivió en Cañada de Gómez, con sus padres. Y después se fue a su provincia adoptiva, Córdoba. Allí empezó a correr en algo. Apodado «El Turco» cuando contaba con 24 años en 1948. Ballesteros, un pequeño pueblo del interior, lo tenía entre sus habitantes… Solía contar que, estando en la peluquería, repasando una vieja revista de «El Gráfico», leyó un aviso donde se ofrecían motocicletas HRD. De inmediato viaja a la Capital Federal y compra una. Una H. R. D. «Vincent», que pagó 4.800 pesos. Apenas la sabía manejar. Incluso debió pedirle al vendedor que la sacara a la calle y se la pusiera en marcha para regresar a su pueblo.
Un día debutó, fue en Bell Ville (Córdoba), y ganó… El «Califa» fue ganador desde la primera carrera. En la realidad y en el espíritu. Siguió ganando. Hubo triunfos en Villa María y en Corral de Bustos. Se paseó vencedor por toda la provincia. Por la que se iba convirtiendo en «su» provincia… Y la moto se acabó en el ‘49. Cuando una «piña» lo esperaba en Gálvez, Santa Fe. Cuando estaba peleando la punta con Milosi y Salatino. Otra vez peleando la punta. ¡Este Oscar… siempre el mismo…! Seis meses de yeso y pensando en que ya no iba a correr más en moto. Había que buscar la forma de seguir estando sin sentarse sobre las dos ruedas. Y llegó la solución. La única solución. La gran solución: el auto. Y hacia él fue… En Embalse Río Tercero le compró un Chevrolet 39 al doctor Ojeda, un médico tan aferrado a su automóvil que Oscar tuvo que convencerlo durante casi un año para que se lo vendiera. Pero al «Califa» no le importaba… Si había que esperar dos también lo hacía… El amor por los «fierros» ya estaba metido muy adentro. No había quien lo pudiera contener… Por ese entonces Oscar Cabalén trabajaba en la empresa de camiones de sus hermanos. Esos fueron sus comienzos en el mundo del motor.


El 1 de julio de 1950, debutó en la categoría Turismo Carretera. Debutó en Córdoba, en su Vuelta de Turismo Carretera, y se mezcló muy pronto con los grandes de aquel momento. En las pruebas de clasificación sacó el número 13, junto a Marcilla y Risatti. Anduvo más o menos con todas las dificultades que tenía el folklórico TC de aquella época, los repuestos iban en un carrito, junto con los auxilios. No había medios. Pero tenía ganas. Muchas ganas de correr. De ganar… Un año y medio después de la compra, Oscar atravesó uno de los momentos más difíciles de su vida. Aquel que lo hizo mostrarse siempre en su totalidad. Aquel que lo hizo decir muchas veces: «Dejé todo por los fierros». Y era cierto. Absolutamente cierto. Se separó de la sociedad que tenía con sus hermanos y vendió el auto. Tuvo que empezar de nuevo. Y de abajo. De muy abajo. Consiguió una representación de heladeras y comenzó a ganar algunos pesos. Su habilidad para los negocios siempre fue indiscutible. Oscar fue un hombre de auténtica visión comercial. Y en eso también ganó.

Con la ayuda de sus amigos decidió irse a México para correr la Carrera Panamericana. Compró un Ford y fue tercero: el mejor de la marca y el mejor argentino. En el 54 recibió una invitación para volver, y tuvo que hacerlo por su cuenta. La Confederación de Deportes no quiso ayudarlo. Viajó decidido a correr con Dodge. Pero tuvo que intervenir con Ford. La gente de la empresa lo atendió de tal modo que no pudo negarse. Y otra vez fue el mejor Ford y el mejor argentino. Con la gran satisfacción de haber ganado dos etapas y haber estado puntero en la general. Y la pasión por los fierros alcanzaba todos los límites. Los superaba, después en 1955 se fue a Italia. Su destino eran las 1.000 Millas Italianas. Se compró un Alfa Romeo Giulietta Sprint Veloce y largó. Iba todo bien hasta que tuvo un choque con otro auto y perdió mucho tiempo. Ya no tenía posibilidades. Después corrió algunas en pista. Con Maserati al principio y con Ferrari dos litros después. Fue segundo en las “10 Horas de Messina”, dando un litro de ventaja en la cilindrada. Y volvió a Buenos Aires. Y lo invitaron otra vez desde Venezuela… Y hacia allí fue, y tuvo que abandonar por rotura del auto. Claro. El «turco» quería ganar siempre. Si el auto no servía para eso, el «turco» no podía llegar… La exigencia era una sola: muchos kilómetros de velocidad bajo el pie derecho. Ese año viajó por el mundo con su maestro y amigo, el gran Juan Manuel Fangio.

Volvió a la Argentina y se puso a buscar preparador. Los encontró a Cossimano y a Duhalde y compró un Chevrolet 39. Más tarde Bernardo Pérez se sumó a su equipo. Y después Rubén Aeid.
En el Gran Premio de 1958, largando con el número 79, logró su actuación consagratoria. Segundo en las dos primeras etapas y puntero en la general al llegar a Salta. Al año siguiente los cambios de preparadores se sucedían. Aeid, Maffei, Tomassi… Y las cosas no andaban. «La organización no existía…», comentó alguna vez Cabalén. Tratando de buscar soluciones se asoció con Dante Trotta para correr el Ford de éste. Y ahí decidió que su marca en adelante fuera Ford. Y otra vez apareció Cabalén, el ganador… Debutó en Villa Carlos Paz y ganó, convirtiéndose en el ganador número 59 del historial del TC, en la montaña y en el debut con ese auto. A lo Cabalén. Ese 1961 fue quizá el mejor año de su carrera. Al final tenía el 2 del ranking. Y perdió el número 1 por aquella «piña» del Gran Premio. Aquella «piña», fue en la primera etapa, que iba desde Mercedes hasta Mendoza. Oscar iba bien colocado, de repente se produjo el vuelco. El auto arrancó casi 40 metros de alambrado. La trompa quedó totalmente envuelta en alambre. Alcanzaron a sacar a los ocupantes del auto antes que comenzara a prenderse fuego. El primer incendio. Ese año fue subcampeón. Le pagó la parte del auto a Dante Trotta y volvió a Europa. Eso fue lo que siempre le gustó más.

Después llegó el Turismo Mejorado. La increíble sucesión de triunfos. Grandes Premios y carreras comunes. Oscar anotaba su nombre primero en todas. Corrió con Alfa Romeo Giulietta, Giulia, 2.600… Corrió con Peugeot, con Lancia… Con el famoso Mustang… Y ganó con todos. Y ganó siempre. Y justificó permanentemente aquella frase común en él… «Dejé todo por los fierros”. Los fierros le iban devolviendo con victorias todo lo que él había pagado en sacrificio hacia ellos… Viajó a Estados Unidos varias veces. Trajo el Mustang. Compraba repuestos. Hacía un deporte más del comprar fierros para correr.
En el Gran Premio de TC de 1965 participó con un Ford Falcon del equipo oficial. Cuando esa carrera terminó le compró a la fábrica el casco para colocarle dentro un F-100. Quería estar con lo moderno. Quería tener todo lo necesario para ganar… Antes del Gran Premio de 1966 se decidió: quería terminar el auto. Y con su preparador de entonces, Nello Maffei, la construcción no avanzaba. Sus socios en Buenos Aires hicieron la conexión con Juan Carlos Garavaglia y hacia aquí vino el auto. Mientras ganaba otra vez el Gran Premio de Turismo Mejorado, con el Mustang. El Falcon F-100 estaba en proceso de terminación. Y lo estrenó en Tandil, el 6 de noviembre de 1966, con el número 37, el que le tocaba en el ranking. Anduvo bien, apareciendo entre los punteros, hasta que explotó todo… Después llegó la gran angustia: la inseguridad ante la cercanía del Gran Premio de Turismo Carretera, no sabía si iban a poder terminar el auto, pudieron. Oscar corrió, ganó una etapa. Y fue segundo en la general. Y volvió a las primeras planas, y se reencontró con el T C. Con sus amigos. Con la barra de «05», a la que no había dejado nunca, pero que, sin estar en el TC no tiene el mismo sabor… Se reencontró con el triunfo.



El año de 1967 prometía como su gran año. Ganó en Arrecifes. Triunfó en La Pampa, superando los 200 kilómetros de promedio, en un circuito Mixto. Estaba tercero en el campeonato, tras los hombres del Torino/Berta, Eduardo José Copello y Héctor Luis Gradassi. Ford Motor Argentina siempre lo tuvo en cuenta, ese año le ofreció algunos motores preparados en la planta para que los pusiera sobre sus autos, el Mustang y el Falcón. Y el «Califa» los probó. Y los motores andaban y ganaban. Hace un mes y medio se separó de Garavaglia. Este no veía su preparación sobre el auto y eso no le gustaba.
Fue él, quien trajo el Ford Mustang al país, corriendo en ambas categorías (TC y TM) con similar éxito. En el TC, cuando llegó la época de la revolución, no se quedó parado y con la mecánica de Juan Carlos Garavaglia, encaró la construcción de un Falcon para la tierra y de un Mustang para el asfalto. Ambos por supuesto con motor Ford F100 en sus entrañas.
Con método, organización y talento conductivo, logró ganarle varias veces al equipo oficial IKA en una reedición del clásico David y Goliat.

Eso fue bien visto por Douglas Kitterman, presidente de Ford Motors Argentina, y cuando salió a las pistas el prototipo construido por “Competición S.A.”, se lo ofreció para su conducción. Un cachetazo del destino, quiso que el buenazo del “turco cordobés”, se nos fuera en un accidente probando ese auto.
Ford le había ofrecido el prototipo de Horacio Steven, ya lo había probado en julio, cuando sólo estaba el de Atilio Viale del Carril. En el autódromo, no corrió después que se produjera el accidente de su compañero de equipo, Atilio Viale del Carril. Oscar miró todo con rostro serio, compungido. Lastimado por la pena y la impotencia.

Circuito de “La Siderurgia”, San Nicolás:
Pero él fue siempre ganador. Y quería seguir ganando. Y le gustaba lo moderno. Y siete días después estaba en San Nicolás, listo para andar con el prototipo en esa carrera. Y el 25 de agosto fue el día fatal. El día en que la muerte decidió encontrarse con un hombre entero. Con un ganador. Con un grande. Con un hombre que quiso a su familia con devoción. Que después del Gran Premio de 1966 viajó a Córdoba en avión, después de bajar del auto, olvidándose de todo. De los agasajos, de las felicitaciones, de los premios. Uno de sus hijos estaba enfermo. No era más que una angina, pero el padre no podía fallar. El padre no podía quedarse sin estar a su lado, su esposa jamás se opuso a que corriera. Esa era la vida de Oscar. Esa era su pasión. Y ella se preocupaba por sus cosas. Hace poco le dijo: «Al fondo te hice construir una sala de trofeos. Esta casa ya parece un club…» Todo con el cariño de una esposa comprensiva. La misma que le había dado 5 hijos… La última, Mariana, hacía sólo 15 días antes.
En esa época, era uno de los miembros del “Team Racing Ford Argentina”. Pierde la vida trágicamente probando un “Ford Sport Prototipo”, construido por Horacio Steven un viernes previo al fin de semana en que se iba a correr la “Sexta Vuelta de TC, General Manuel N. Savio”. En una de las salidas, el prototipo se salió del camino, a más de 205 km/h, haciendo trompos y volcando y se incendia. El accidente se produce en el ex “Circuito SOMISA de San Nicolás” (o Pentágono de Fabricaciones Militares), provincia de Buenos Aires, un 25 de agosto, muriendo también en el siniestro su mecánico y ocasional acompañante Guillermo Arnaiz. El vehículo, de carrocería de fibra de vidrio, de fácil combustión, se incendió muy rápidamente con gasolina de alto octanaje, atrapando a los ocupantes en el habitáculo.

La versión de Ford Motor Argentina habla que, a Oscar “Turco” Cabalén se le cruzó un camión, lo que respalda los testimonios de algunos testigos que indican la presencia de un vehículo de Vialidad Nacional.
Por todo esto, todos los nicoleños, recuerdan ese momento trágico, que puso un gran crespón negro, para la gloriosa etapa del Turismo de Carretera en San Nicolás en la década del 59 al 69, ese viernes la noticia corría como reguero de pólvora por la ciudad, los que podían salían en autos o lo que fuese, hasta el lugar del accidente, allí estaba el auto calcinado y ambos tripulantes dentro de él, algunos se llevaban de recuerdo partes del auto que fueron quedando en su camino trágico. Automáticamente la carrera se suspendió (se corrió unos días después), vaya este homenaje al gran “Califa”, Oscar Cabalén y a Guillermo “Pachacho” Arnaiz, que aprovechó para subirse al auto ante la demora del copiloto real que, por esas cosas de la vida, tuvo una segunda oportunidad, y “Pachacho” siendo un joven mecánico y corredor de moto, quiso subirse a dar una vueltita con su ídolo, picardía de jovencito, pero la muerte los esperaba en la banquina.
Aunque no haya ganado campeonatos, ni demasiadas carreras, mucha, muchísima gente lo lloró, porque fue un ídolo humano de verdad. Recuerdo que, cuando le comuniqué la triste noticia a mi «pequeño hermano» Gabriel, también lloró desconsoladamente.
Oscar “Turco” Cabalén tenía 43 años cuando murió en la previa de esa carrera de TC en 1967.
Oscar ya no está más. Ni su simpatía. Ni su sonrisa ampulosa y cordial. Ni su carcajada que lo hacía dueño de cualquier rueda de amigos. Ni ese gesticular permanente de su rostro. Ni ese movimiento constante de sus manos. Ni su imparable locuacidad.
El «Califa» se fue. En lo suyo. En lo que fue su pasión. En lo que representaba casi su mundo. En un auto de carrera. En aquello que un día le hizo decir: «Dejé todo por los fierros…»
Oscar Cabalén está sepultado en el Cementerio de San Jerónimo, Provincia de Córdoba. El autódromo de la ciudad cordobesa de Alta Gracia lleva su nombre.
Fuente Documental:
Colección Revista Automundo
Colección Revista CorsaRevista
El Gráfico
Artículos varios de internet
Excelente artículo tantos recuerdos del Falcon F 100 un gran piloto
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¡Gracias Juan, fue uno de esos pilotos que no se olvidan…!!! Lo vi correr, lo conocí y creo que, lo que más me identificó, fue su persona. Había estado en Buenos Aires, cuando el accidente del primer prototipo Ford, con Atilio Viale del Carril. Cuando escuché la radio, ese maldito día, no lo podía creer. Son cosas que pegan, más cuando tenés apenas 16 años.
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