Del libro “El Don de Volar” – Piense en el color negro

Por: (*) Richard Bach – Prensa OHF

Piense en el color negro. Imagíneselo encima, debajo y a su alrededor; no un tono intenso como el alquitrán, sino sólo una oscuridad sin horizonte ni luna que le den una referencia o una luz.

Piense en el color rojo. Imagínese un poco de suave matiz rojo delante de usted, sobre el tablero de los instrumentos. Permítale mostrar apenas las esferas de veintidós instrumentos con fantasmales agujas que señalan borrosas indicaciones. Deje que el rojo se extienda suavemente hacia uno y otro lado. Si mira, sólo alcanza a ver su mano izquierda sobre la palanca de gases y la derecha sobre la palanca de control.

Pero no mire hacia el interior, lleve la vista hacia afuera, a la derecha. A tres metros del plexiglás que mantiene la presión a su alrededor hay una luz roja que parpadea. Está unida al ala izquierda del avión que guía la formación. Usted sabe que el avión es un F-86F, que sus alas se inclinan en un ángulo de 35 grados, que en su fuselaje lleva un motor a reacción J47-GE-27 de flujo axial, seis ametralladoras calibre cincuenta, una carlinga como la suya y un hombre. Pero para todo eso usted hace un acto de fe; lo único que ve es una borrosa luz roja que parpadea.

Piense en sonido. El quejido bajo, incesante y misterioso de una dínamo detrás. En algún lugar del difuso tablero un instrumento le está diciendo que el motor marcha al noventa y cinco por ciento de sus rpm; que la inyección del combustible se está realizando a una presión de doscientas libras por pulgada cuadrada; que hay treinta libras de presión del aceite en los cojinetes; que la temperatura en la tobera de salida, detrás de las cámaras de combustión y del rotor de la turbina, es de quinientos setenta grados centígrados. Sigue escuchando el quejido.

Piense en sonido. Piense en el siseo de la estática en la espuma plástica de los audífonos de su casco. Estática que otros tres hombres en un radio de 18 m están escuchando. Un radio de 18 m, a 10.800 m de altitud, cuatro hombres juntos y solos surcando veloces el enrarecido aire negro.

Presione con su pulgar izquierdo, y cuatro hombres lo escucharán hablar, podrán enterarse de lo que siente, a 11 kilómetros de una tierra que no puede ver. Pero usted no habla ni ellos tampoco. Cuatro hombres solos con sus pensamientos, volando tras la luz intermitente del avión del jefe.

En su vida todo lo demás es normal y corriente; usted va al supermercado y a la gasolinera y a veces dice: “¡Salgamos a comer fuera esta noche!” Pero de vez en cuando se aleja de ese mundo, hacia la distante oscuridad de un cielo tachonado de estrellas.

—Jaque Tres, comprobar el oxígeno.

Formación en «diamante» de 4 North American F-86F Sabre (diurna).

Usted aleja ligeramente el avión de la luz intermitente y mira hacia el difuso color rojo del interior de su carlinga. Oculta en un rincón hay una aguja luminosa que señala dos-cincuenta.

Su pulgar da un golpecito en el botón del micrófono, no hay ninguna razón para iniciar una conversación.

Sus propias palabras suenan extrañas después del largo silencio.

—Jaque Dos, oxígeno normal, dos-cincuenta.

Llegan otras voces en la oscuridad.

—Jaque Tres, oxígeno normal, dos-treinta.

—Jaque Cuatro, oxígeno normal, dos-treinta.

El silencio vuelve a llenarlo todo, y usted se acerca de nuevo a la luz intermitente.

¿Qué es lo que me hace diferente del hombre que está detrás de mí, en la cola del supermercado?, se pregunta. Quizás él piense que soy distinto porque tengo el glorioso trabajo de piloto de caza. Piensa en mí en términos de fragmentos de noticiarios y en un difuso borrón plateado en los festivales aéreos. La película y la velocidad son sólo parte de mi trabajo, así como preparar el informe sobre el presupuesto anual es parte del suyo. Mi trabajo no me hace distinto a los demás. Sin embargo, sé que soy diferente porque tengo una posibilidad que él no tiene. Puedo ir a lugares que nunca verá, a menos que levante la vista hacia las estrellas.

En todo caso, no es el hecho de encontrarme aquí lo que me separa de aquellos que pasan su vida en tierra, es el efecto que este distante y solitario lugar tiene sobre mí.

Experimento impresiones que no pueden ser igualadas en ninguna otra parte, impresiones que él nunca tendrá. Sólo pensar en la realidad del espacio que rodea esta cabina produce una sensación extraña. A tres metros a mi derecha o izquierda hay un lugar donde el hombre no puede vivir, al que no pertenece. Lo atravesamos veloces como ciervos asustados en un campo abierto, donde detenerse es jugar con la muerte.

Uno realiza pequeños movimientos automáticos con la palanca de control para mantenerse en posición con la luz roja.

Si fuera de día, me sentiría a mis anchas; una mirada hacia abajo nos mostraría lagos y montañas, ciudades y carreteras, cosas conocidas hacia las que podemos planear y sentirnos cómodos. Pero no es de día. Nadamos a través de un fluido negro que oculta nuestro cielo y nuestra tierra. Si el motor falla ahora, no habrá lugar hacia donde planear, ni ninguna decisión que tomar. Mi avión puede planear durante 160 kilómetros si las rpm bajan a cero y se enfría la tobera de cola, pero se supone que tengo que tirar de las empuñaduras, apretar el disparador y flotar hacia abajo a través de la oscuridad en mi paracaídas. A la luz del día, se espera que intente salvar el avión, llevarlo hacia alguna pista de aterrizaje. Pero es de noche, afuera está oscuro, no puedo ver.

El motor sigue ronroneando fielmente y las estrellas no dejan de brillar. Uno vuela siguiendo la luz intermitente y se hace preguntas.

Si en este momento fallara el motor de nuestro jefe, ¿qué podría hacer yo para ayudarlo? La respuesta es muy simple: nada. En ese momento vuela a seis metros de distancia, pero si necesitara mi ayuda, yo estaría tan distante como Sirio, allá arriba. No puedo introducirlo en mi carlinga ni sostener su avión en el aire, ni siquiera guiarlo hasta una pista iluminada. Podría dar su posición para las patrullas de rescate y desearle “Buena suerte” antes de que disparara su asiento eyectable hacia la oscuridad. Volamos juntos, pero estamos tan solos como cuatro estrellas en el cielo.

Formación en «sección reforzada» de tres aviones North American F-86F «Sabre» sobre Corea del Norte.

Uno recuerda haber conversado con un amigo al que le ha ocurrido justamente eso: abandonó su avión en la noche. Se le había incendiado el motor, y el resto de la formación había sido totalmente incapaz de prestarle ayuda. Mientras su avión disminuía la marcha y empezaba a descender, uno de ellos le dijo: “No esperes demasiado para saltar.” Esas impotentes palabras fue lo último que esuchó antes de salir disparado hacia la noche. Ése era un hombre al que conocía y con el que había volado, un hombre con el que había cenado y con quien se había reído de los mismos chistes y en ese momento le estaba diciendo: “No esperes demasiado…”

Cuatro hombres volando juntos y solos a través de la noche.

—Jaque, comprobación del aceite.

Una vez más, la voz del jefe interrumpe el silencio del ligero rugido del motor. Una vez más uno se aleja y lee lo que señala la borrosa aguja.

—Jaque Dos, dos mil cien libras —responde mi voz, como si fuera la de un extraño, dirigiéndose a la débil estática.

—Jaque Tres, dos mil doscientas.

—Jaque Cuatro, dos mil cien.

Vuelve a ocupar su lugar, vuelve el parpadeo de la luz roja.

Despegamos hace sólo una hora y el indicador de combustible ya señala que ha llegado el momento de descender.

Acatamos lo que nos dice. Qué extraño es el completo respeto que sentimos por el indicador de combustible. Pilotos que no respetan las leyes de Dios ni las del hombre respetan ese indicador. No hay forma de hurtarle el cuerpo a esa ley, no presenta una difusa amenaza de castigo en un futuro indefinido. No es nada personal. Si no aterriza pronto, dice fríamente, su motor se detendrá mientras todavía se encuentra en el aire y se verá lanzado hacia la oscuridad.

—Jaque, verificar descenso y frenos… ahora.

Un viento negro ruge en el exterior mientras las dos planchas de metal que son nuestros frenos oponen resistencia al empuje del motor. La luz roja sigue parpadeando, pero ahora uno empuja la palanca hacia delante para seguirla hacia abajo, en dirección a la tierra invisible. Pensamientos abstractos vuelan hacia las profundidades de la mente y uno se concentra en el vuelo en formación durante el abrupto descenso. Esos pensamientos son para las alturas, porque, a medida que se acerca la tierra, hay más cosas que hacer para llevar el avión sin riesgos. Pensamientos temporales, concretos, vitales se mezclan en la mente.

Aléjate un poco, estás demasiado cerca del ala. Vuela suavemente, no dejes que un viento te haga salir de la formación.

Una turbulencia impersonal golpea tu avión mientras viras hacia la doble hilera de luces blancas que señalan la pista.

Aterrizado… ya en casa.

—Jaque, iniciando aproximación, tres fuera con cuatro.

—Roger Jaque, tiene primer lugar en el tráfico, vientos Oeste Noroeste a cuatro nudos.

Es curioso que, en nuestras cabinas herméticas, a trescientas millas por hora, todavía tengamos que enterarnos de qué hace el viento, el viejo viento.

—Jaque, en aproximación final.

No hay que pensar ahora, sólo vale el hábito y los reflejos. Frenos y palanca del tren de aterrizaje, flaps y palanca de gases. Uno sigue la trayectoria de aterrizaje y al minuto siente el tranquilizador chillido de las ruedas sobre el asfalto.

Piense en el color blanco. Piense en una deslumbrante luz artificial reflejada a través de las enceradas cubiertas de las mesas del barracón de los pilotos. Un anuncio en la pizarra: “Fiesta para el escuadrón… esta noche a las 21 horas. Toda la cerveza que sea capaz de beber, ¡gratis!” Ya está en tierra. Ha vuelto a casa.

Great Planes North American F 86 Sabre.

(*) Richard David Bach

Es un aviador y escritor estadounidense. Es ampliamente conocido por sus populares novelas de la década de 1970: Juan Salvador Gaviota e Ilusiones, entre otras. Los libros de Bach exponen su filosofía de que los aparentes límites físicos y mortalidad son solo apariencias. Bach es reconocido por su amor a volar y sus libros relacionados con la aviación. Ha volado como un hobby desde los 17 años.

Publicado por prensaohf

Periodista y Corresponsal Naval.

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