Para: Prensa OHF
El resultado de una batalla puede tener implicaciones que van más allá del enfrentamiento entre los contendientes e incluso de la guerra. A veces repercute en el ámbito internacional y ejerce un efecto mariposa desencadenando acontecimientos y desarrollando comportamientos que, de otra manera, quizá no hubieran aparecido nunca. Buen ejemplo de ello es el combate naval de Tushima, antaño más conocido como Batalla del Mar del Japón (así se tituló una interesante película de 1969 sobre los hechos), que tuvo lugar en 1905.
A nadie se le escapará lo significativo de esa fecha. No porque Noruega se independizara de Suecia sino, sobre todo, porque ese año se produjo la primera Revolución Rusa, una serie de disturbios, manifestaciones y huelgas que consiguieron arrancarle al zar la concesión de una Duma (parlamento) y la limitación parcial de su poder al promulgar una constitución y legalizarse los partidos políticos. Difícil contexto para un país que en ese momento estaba inmerso en una guerra contra Japón, cuyo resultado tuvo influencia en el desenlace de la situación.

En realidad, la Guerra Ruso-japonesa había empezado el año anterior al chocar las ambiciones territoriales de ambas naciones por la posesión de Manchuria y Corea. Para los rusos era estratégicamente vital disponer en su costa este de un puerto cuyas aguas no se congelasen en invierno, como pasaba con el de Vladivostok. Lo encontraron en Port Arthur, que los japoneses habían tenido que entregar forzados por la presión internacional a pesar de que el Tratado de Shimonoseki, que rubricaba su victoria en la guerra contra China, les concedía su posesión por hallarse en la Península de Liaodong.
Aquella obligación supuso una ofensa para los nipones que se acentuó al ver cómo, tras sofocar la Rebelión de los Bóxer, los rusos no retiraban sus tropas de Manchuria e iniciaban la construcción de un ferrocarril de claro signo colonizador. Los dos años de negociaciones que siguieron fueron estériles y Tokio decidió recurrir a las armas. La noche del 8 de febrero de 1904 una escuadra atacó Port Arthur sorprendiendo a la armada rusa en puerto y sitió la ciudad hasta conquistarla casi un año después, sin que los defensores, muy perdidos tras el fallecimiento de su jefe más capaz, el almirante Stepan Makarov (su barco se topó con una mina), supieran oponer una resistencia eficaz.
Entremedias, se sucedieron varias batallas navales en las que la armada japonesa se impuso, demostrando que era una fuerza temible; pero también en tierra los rusos experimentaron derrotas sucesivas como las del río Yalu, Nanshan, Te-li-ssu, Liaoyang, río Sha-ho, Sandepu y Mukden (aunque infligiendo muchas bajas al enemigo). Parte de esa tendencia se debía a la dependencia que los rusos tenían de la armada, siendo ésta incapaz de cumplir su cometido y los motines que sufría en sus unidades por la revolución no ayudaban a hacer frente a la situación.

De hecho, el 9 agosto de 1904 la 1ª Escuadra del Pacífico del almirante Wilgelm Vitgeft, unida a la fondeada en Vladivostok, chocó con la de Tōgō Heihachirō en la Batalla del Mar Amarillo. No sufrió pérdidas -salvo la del propio Vitgeft, que murió a bordo de su acorazado, el Tsesarévich, al ser alcanzado el puente- pero si importantes daños materiales y anímicos que la hicieron correr a refugiarse en Port Arthur, preludiando lo que iba a ocurrir en mayo del año siguiente. Porque aquel enfrentamiento dejó a los japoneses dueños del mar, por lo que el Estado Mayor ruso se vio obligado a recurrir a formar una nueva escuadra con buques de las flotas del Báltico y el Mar Negro.
La flota rusa:
El problema era la distancia. Lo que se bautizó como 2ª Escuadra del Pacífico, puesta bajo el mando del vicealmirante Zinovi Rozhéstvenski (un defensor a ultranza de los acorazados), tenía que hacer una larguísima singladura de treinta y tres mil kilómetros.

El primer grupo, cruzando el Mar del Norte y el Canal de la Mancha (antes de entrar, en Dogger Bank, en un estado de paranoia absoluta, mataron a varios pescadores británicos a los que confundieron con torpederos nipones) para luego bajar por el Atlántico (donde cortaron sin querer el cable telefónico que unía Tánger con Europa). Luego repitieron bombardeo por error contra pesqueros de otros países.
El segundo grupo atravesó el Mediterráneo por el Bósforo y el Estrecho de Gibraltar en la misma dirección que el anterior. Ambos doblaron por separado el Cabo de Buena Esperanza y llegaron a Madagascar, punto de reunión de todas sus unidades. Entre ellas se habían enviado otras extras, al mando del almirante Nebogatoff, a las que el consternado Rozhéstvenski definió como “colección arqueológica de arquitectura naval”.

Un argentino en la batalla naval de Tsushima:
Manuel Domecq García era hijo de Tomás Domecq, un médico militar que perdió la vida en 1868, en el cerco de Humaitá, y de Eugenia García Ramos de Domecq, quien habría fallecido en la batalla de Piribebuy, el 12 de agosto de 1869.

Manuel Domecq García contaba con 6 años de edad. Tiempo después de ser «recuperado» por sus tíos, Manuel y de su hermana Eugenia, de unos cinco años, también rescatada por sus tíos, fueron enviados a la Argentina para ser criados por un tío materno, Manuel García Ramos, un estanciero importante de la época.
En 1872 se fundó la Escuela Naval Militar, que funcionó en el buque General Brown. En 1877, Manuel Domecq García ingresó a la incipiente escuela, donde se recibió de guardiamarina.
Años más tarde fue enviado a Inglaterra a verificar la construcción de la fragata Sarmiento. Terminada la construcción de la fragata, Domecq García retornó a Argentina, y fue designado comandante en Jefe de la División del Río de la Plata.
Por encargo del gobierno de Julio Argentino Roca, el por entonces capitán Manuel Domecq García, fue designado presidente de la comisión argentina para la construcción de los cruceros acorazados Mariano Moreno y Bernardino Rivadavia en Génova, además de otros ya entregados a la Armada Argentina: los acorazados San Martín, General Belgrano, Pueyrredón, Garibaldi y Patria.
Los dos acorazados se terminaron de construir en 1904 pero fueron vendidos al Imperio del Japón.
En 1904 Domecq García fue nombrado observador en la Guerra Ruso-Japonesa. En mayo de 1906, casi dos años después de su llegada a Japón, retornó a la Argentina.

La flota japonesa:
Lógicamente, el viaje duró tanto tiempo que Tōgō pudo permitirse retornar a Japón para reaprovisionarse, preparar sus barcos y entrenar a sus tripulaciones con tranquilidad. Así, los 11 acorazados, 8 cruceros, 9 destructores y varias unidades menores rusas no sólo estaban en inferioridad numérica sino también material, con sus cascos sucios (lo que ralentizaba su velocidad) y unas tripulaciones tan poco entrenadas como desmoralizadas por el influjo revolucionario.

Enfrente, los japoneses presentaban 4 acorazados, 27 cruceros, 21 destructores y 37 torpederos, unidades auxiliares aparte, con artilleros que habían estado practicando aquellos ocho meses.
Vista la situación con la perspectiva del tiempo, negros nubarrones parecían acercarse a la 2ª Escuadra del Pacífico. Su puntería contra los indefensos pesqueros británicos había sido mala pero las muertes ocasionadas hicieron que Londres estuviera a punto de entrar en la guerra al lado de Japón. Sólo lo evitó la mediación francesa, interesada en formar una triple alianza con Rusia frente a Alemania, pero se prohibió a los rusos seguir usando el Canal de Suez y por eso tuvieron que rodear África. Ello supuso un gasto enorme de carbón con las consiguientes dificultades para repostar, dado que no podían hacerlo en los puertos neutrales, y hubo que contratar a una empresa alemana.

Cuando por fin llegó a la zona caliente Port Arthur ya había caído en manos japonesas, así que Rozhéstvenski puso proa a Vladivostok por el Estrecho de Tsushima, que era la ruta más corta (entre la isla japonesa de Kyushu y la península de Corea) al exigir las otras rodear el archipiélago nipón. Pero Tōgō lo esperaba y estaba al acecho; era un veterano que, además, acreditaba una baza extra: la de ser el único almirante del mundo en activo con experiencia de combate en acorazados (Oskar Viktorovich Stark también pero fue destituido por su derrota en Port Arthur; Makarov y Vitgeft habían caído luchando; el estadounidense Sampson murió en 1902 mientras que su compatriota Scott Schley estaba retirado).
“El destino del imperio depende del resultado de esta batalla; que cada hombre
cumpla con su deber supremo”.
Eran las 2:45 cuando se cruzó por delante de la línea rusa disparando sus cañones; los otros sólo pudieron responder con las piezas de proa, quedando así en desventaja. En un alarde táctico y aprovechando su mayor velocidad, los japoneses establecieron un ataque en secuencia formando una U, de manera que el enemigo estuviera bajo andanadas continuas. Pero no fue sólo esa potencia de fuego mantenida la que castigaba a la 2ª Escuadra del Pacífico sino también la precisión de los artilleros nipones, que demostraron el espléndido resultado de aquellos meses de entrenamiento, a pesar de que la distancia media de la batalla fue de 6.200 metros.
Dado que el blindaje de los barcos reducía la eficacia de los impactos, los japoneses añadieron a sus proyectiles un explosivo llamado shimose, compuesto por ácido pícrico, con el que aprovecharon que materiales de la superestructura de las naves enemigas (pintura, carbón…) eran inflamables, logrando incendiar unas cuantas naves. Se daba la situación de que los buques rusos de la clase Suvoroff tenían un defecto de diseño, un exceso de peso que hacía que más de medio metro de blindaje quedara sumergido y, por lo mismo, no pudiera usarse el armamento secundario inferior. Ello provocaba además inestabilidad.
Ello no impidió que contestara al fuego enemigo, por supuesto, aunque con obvias limitaciones. Ambas partes sufrieron y el Mikasa, por ejemplo, fue alcanzado 15 veces en pocos minutos y luego otras tantas más, si bien logró salvarse y hoy es el único acorazado pre-Dreadnought que se conserva (está en el puerto militar de Yokosuka). Nada comparado con la catarata de cañonazos que cayó sobre los rusos, que, favorecida por la citada velocidad de maniobra nipona, decidió el enfrentamiento.

En menos de dos horas se hundió el primer acorazado ruso, el Oslyabya, la primera vez que un navío blindado moderno se iba a pique sólo por disparos. Luego, un impacto certero hizo saltar por los aires al Borodino. Más tarde, una esquirla hirió en la cabeza al vicealmirante Rozhéstvenski, al que tuvo que suplir en el mando el contraalmirante Nebogatov.
Pero cuando llegó la noche ya se habían perdido otros dos acorazados, el Knyaz Suvorov y el Imperator Aleksandr III. Entonces, Tōgō hizo entrar en acción los destructores y torpederos envolviendo al enemigo; el caos fue tan grande que algunas naves incluso chocaron, pero la formación rusa se rompió y sus unidades quedaron dispersas.
Fueron cayendo una tras otra: una mina detuvo al viejo crucero Navarin, lo que permitió a sus perseguidores darle alcance y hundirlo a las 23:00; sólo sobrevivieron tres de sus 622 tripulantes. El acorazado Sissoi Veliky, alcanzado por un torpedo, se fue a pique al día siguiente y otros dos viejos cruceros, el Almirante Nakhimov y el Vladimir Monomakh, tuvieron que abandonarse. Por la mañana, Nebogatov rindió los seis barcos que le quedaban a su división, algo que no resultó fácil porque en Japón no había un código para la palabra rendición y el tiempo que tardaron en entenderlo siguieron disparando.

El crucero Izumrud logró escabullirse, si bien terminó encallando en la costa siberiana, mientras un yate armado y dos destructores se ponían a salvo en Vladivostok. En ese sentido cabe decir, a manera de anécdota, que tres navíos más pudieron escapar a Manila; uno de ellos era el Aurora, famoso porque en 1917 bombardearía el Palacio de Invierno durante la Revolución Bolchevique. En suma, Rusia perdió dos tercios de la 2ª Escuadra del Pacífico: 11 acorazados, 8 cruceros, 6 destructores y 8 auxiliares, con 4.380 muertos y 5.917 prisioneros; entretanto, la flota japonesa únicamente había registrado tres bajas menores, torpederos, con 117 muertos y 500 heridos.
Rozhestvensky fue ingresado en un hospital japonés y allí le visitó Tōgō, que convertido en un héroe nacional, le dijo amablemente: “La derrota es un destino común del soldado. No hay nada de qué avergonzarse en ello. El punto clave es si hemos cumplido con nuestro deber”.
Cuando volvió a su país, el almirante ruso fue sometido a consejo de guerra y se pidió para él la pena de muerte, aunque el zar le indultó al haber caído herido y no ser responsable de la rendición. Nebogatov pasó varios años en la cárcel antes de ser perdonado también.

El Tratado de Portsmouh, firmado a instancias del presidente Theodore Roosevelt, puso fin a la guerra. Rusia tuvo que reconocer la preeminencia de Japón en Corea y ceder la Península de Liadong (renunciando a Port Arthur), además de parte de la isla de Sajalín; también perdió el ferrocarril manchuriano, ya que se pactó devolver Manchuria a China. Curiosamente, no se satisfizo la demanda japonesa de una indemnización, por lo que los gastos del conflicto pusieron a su Armada al borde del colapso.
Como se puede deducir, la derrota supuso una hecatombe para los rusos en general y para el desacreditado zarismo en particular, asentando los cimientos de su posterior caída. De momento, se incrementaron las huelgas populares y en octubre se produjo el famoso motín del Potemkin. La mala imagen que dejaron sus fuerzas armadas fue uno de los factores que animaron al Imperio Alemán a ir a la guerra en 1914, en la misma medida que Japón se envalentonó para desarrollar un régimen militarista y expansionista en los años siguientes; al fin y al cabo, era la primera vez que un país asiático se imponía a otro europeo y se aupaba a la sexta posición como potencia naval.

En el plano militar, la victoria japonesa causó tanta impresión como siete años antes la estadounidense ante la española y se dijo que la Batalla de Tsushima había sido el evento naval más grande e importante desde Trafalgar, de ahí que tanto en Gran Bretaña como Alemania se impusiera dar prioridad a la construcción de acorazados, a los que además se dotaba de gran velocidad y armaba con cañones de calibre único (la clase Dreadnought). Siguiendo el ejemplo de 1905, se consideraba que serían fundamentales para decidir las contiendas, pero la Batalla de Jutlandia, a comienzos de la Segunda Guerra Mundial, demostró que no sería así.

Fuentes:
The Tsar’s Last Armada: The Epic Journey to the Battle of Tsushima (Constantine Pleshakov)
Tsushima 1905: Death of a Russian Fleet (Mark Lardas)
Historia de la incompetencia militar (Geoffrey Regan)
Breve historia de las batallas navales de los acorazados (Víctor San Juan Sánchez)
The A to Z of the Russo-Japanese War (Rotem Kowner)