Por: Teniente Corenel (R) Richard Cole (USAAF)
Para: Prensa OHF
Copiloto de Doolittle relata cómo fue bombardear Tokio y huir en 1942. A sus 98 años de edad, el Corenel (R) Richard Cole, recuerda el famoso bombardeo sobre la capital japonesa cinco meses después del ataque a Pearl Harbor.

Despegar de un portaaviones y bombardear Tokio no fue, para el copiloto de Jimmy Doolittle en el momento de su famoso bombardeo en abril de 1942, nada en comparación con «el momento más espantoso», cuando debió saltar en paracaídas sobre China. Hoy de 98 años de edad, Richard Cole se sorprende todavía de que la gente se acuerde de la audaz operación -que aún inflama la moral de los estadunidenses- llevada a cabo contra la capital japonesa cinco meses después del ataque contra Pearl Harbor.
«Jamás pensé que duraría tanto tiempo y que tantas personas continuarían interesandose», declara Cole en una entrevista telefónica con la AFP. Este sábado, en ocasión de una última ceremonia en la base estadunidense de Wright-Patterson (Ohio), el anciano se encontrará con dos de los tres últimos supervivientes de los tripulantes de los 16 bombarderos B-25 lanzados al ataque contra Japón.

El bombardeo ordenado por el Coronel Jimmy Doolittle, en el que participaron estos tres hombres junto a otros 76, fue una operación de escaso impacto que no ocasionó más que algunos daños materiales. Pero su importancia simbólica fue enorme, en momentos en que las fuerzas niponas ampliaban su ofensiva en todo el Pacífico. Cuando se presentó como voluntario, el teniente Cole sabía que se alistaba para una misión peligrosa. Pero no supo su objetivo hasta embarcarse en el portaaviones USS “Hornet”, debido a que la operación era secreta.
«Cuando nos dijeron que era Japón hubo júbilo. Después se hizo el silencio porque la gente se dio cuenta de qué se trataba», explicó. El bombardeo parecía ser una misión suicida: despegar de un portaaviones en un avión que al parecer no estaba concebido para esa función, volar sin escolta de cazas sobre Japón y tratar de llegar a la China nacionalista para aterrizar. «Teníamos confianza de que podríamos lograrlo, incluso habiendo pérdidas», asegura el hombre.

Pero el 18 de abril, el portaaviones y su escolta fueron avistados por un navío japonés cuando se encontraba todavía a 1,200 kilómetros de las costas japonesas. El navío fue hundido rápidamente, pero preocupado de que hubiera podido informar a Tokio de la presencia de barcos estadunidenses tan cerca de sus costas, el coronel Doolittle ordenó a 16 aviones B-25 despegar con diez horas de antelación y más carburante para cubrir la distancia adicional.
Para gran sorpresa de Cole, sentado a la derecha de Doolittle en el avión de vanguardia, el vuelo fue tranquilo. Llegaron a las costas niponas alrededor del mediodía. «Ningún caza nos atacó. Volábamos por encima de Japón a baja altura, podíamos ver aviones por encima de nosotros, al parecer no nos detectaron», recuerda Richard Cole. Hubo «algunos tiros de unidades antiaéreas» pero su B-25 pudo lanzar sus cuatro bombas y salir cuanto antes rumbo a China.

Y ahí se produjo la mala noticia: según los cálculos del navegador, los aviones se quedarían cortos de combustible unos 300 kilómetros antes de su destino, por lo que tendrían que amerizar. No obstante, un potente viento de cola les ayuda y les «empuja hasta China», a donde llegan al atardecer y en medio de una tempestad infernal. Punto de referencia para guiar a todos hacia un terreno propicio de aterrizaje, el bombardero de Doolittle se accidenta.
«Puedo decir que, para mí, ese fue el momento más espantoso. Estás en un avión por encima de un terreno desconocido, en plena tempestad con mucha lluvia y rayos y tienes que saltar en paracaídas». Richard Cole cae sobre un árbol y pasa la noche suspendido de sus ramas, bajo la lluvia, antes de poder liberarse la mañana siguiente. «Luego tomé mi brújula y comencé a caminar hacia el oeste. Al final del día llegué cerca de un campamento paramilitar donde los chinos me recibieron, fueron de gran ayuda durante toda la misión», dijo.

Los cinco miembros del equipo, entre ellos Doolittle, se reunieron en los días siguientes antes de que el transporte estadunidense los rescatara. No todas las tripulaciones de los bombarderos tuvieron esta suerte: algunos se ahogaron, otros fueron hechos prisioneros. Tendrían que pasar dos años antes que la aviación estadunidense pudiera volver a bombardear Japón.
Después del ataque a Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941, Roosevelt impulsó la idea de darle a Japón un golpe aunque fuera pequeño como una forma de hacer sentir al enemigo que ya no estaba seguro en su casa.