Socorro, estoy prisionero en un estado de ánimo

Por: (*) Richard Bach – (del libro “El Don de Volar”)
Publicado por: Prensa OHF

Algo debe de haber marchado mal desde el principio, cuando estaba aprendiendo a volar. Recuerdo que me costaba mucho creer que esas pequeñas máquinas realmente despegaban del suelo; que en un momento descansaban sólidamente sobre la tierra, como una mesa de billar o un automóvil o un vistoso quiosco de perritos calientes (panchos), y al siguiente se encontraban en el aire; que uno podía detenerse junto a la verja del aeropuerto y comprobar que pasarían por encima de uno sin que nada las uniera a tierra, nada en absoluto.

Me resultaba difícil comprender eso, asimilarlo. Solía examinar los aviones por todos lados, tocarlos, darles pequeños golpes, sujetarlos del extremo del ala y mecerlos un poco, y ellos simplemente se quedaban allí y parecían decirme: “¿Ves, alumno? No tengo ningún truco guardado en la manga, no hay alambres escondidos. Es realmente mágico, alumno. Ocurre que puedo volar”.

Yo no podía creerlo. Quizá todavía no lo crea. Pero lo cierto es que de hecho había algo irreal en todo eso, algo misterioso y del otro mundo, y tal vez fue así como me he visto sitiado en este rincón, y ahora estoy atrapado y no puedo salir.

Pero las cosas han empeorado porque en todo lo que se refiere a volar no hay nada que se pueda dar por sentado, nada que sea corriente y de todos los días. No puedo simplemente dirigirme al aeropuerto en mi coche, subirme a mi avión, hacer arrancar el motor, despegar, volar hacia algún sitio, aterrizar y quedarme tranquilo con eso. Me gustaría mucho poder hacerlo, quiero hacerlo desesperadamente. Envidio a los pilotos que se suben a sus máquinas con aire distraído y despegan en viaje de negocios o de instrucción o para trasladar pasajeros, o vuelan por deporte y no sienten esta obsesión por todo aquello. Pero yo soy prisionero de este estado de ánimo en el que veo el vuelo como algo tan cósmico y pasmoso que soy incapaz de hacer la cosa más simple en un aeropuerto sin pensar que estoy alterando el curso de las estrellas.

Por ejemplo: me dirijo al campo aéreo y, antes de salir del auto, antes de verlo siquiera, diviso el letrero que dice AEROPUERTO, y eso basta para impresionarme.

AEROPUERTO, un puerto del aire, como un puerto marítimo es un puerto del mar… y pienso en las pequeñas naves del aire que navegan por el cielo hacia este puerto determinado, elegido entre todos los puertos posibles, para volver a tierra, que aterrizan en esta isla de hierba especialmente preparada para ellos y que los ha estado esperando con paciencia, y luego se alejan hacia sus muelles donde quedarán amarrados, meciéndose suavemente al viento, como pequeños barcos que se balancean en sus bahías.

Y todavía ni siquiera he llegado allí, sólo acabo de ver el letrero del aeropuerto y quizás un Cessna 172 a lo lejos que baja silenciosamente hacia la aproximación final y desaparece tras los árboles del borde del camino para aterrizar en lo que sé que es una amplia superficie plana. ¿De dónde viene ese Cessna? ¿Adónde va? ¿Cuántas tormentas y aventuras han tenido que afrontar el piloto y su aeroplano? Quizá muchas, quizá pocas, pero han estado en ese cielo inmenso y de algún modo ha influido en ellos, y ahora vuelven a esta pequeña bahía, el mismo puerto del aire que veré en cuanto vuelva a la esquina.

Simplemente no puedo decir la palabra «aeropuerto», así como así, y luego terminar la frase. Siempre digo “aeropuerto… aeropuerto…” y sigo hasta que doy la vuelta donde no tengo que hacerlo, me salgo del camino o asusto a algún inocente conductor que sale de la gasolinera. Un aeropuerto es un lugar tan fascinante que, si me atrevo a detenerme y pensar en ello o usar la palabra, ya puedo irme despidiendo de la posibilidad de volar incluso antes de detener el coche.

Cessna 172.

Pero, cuando finalmente he conseguido aparcar el coche y no he chocado con los cientos de cosas que ponen en la orilla de los caminos para que uno se estrelle contra ellas, lo primero que veo es mi pequeño avión esperándome. Y no puedo creerlo… Eso es un Aeroplano, ¡y es mío! Increíble. Todas esas partes y piezas especiales que encajan perfectamente y forman una escultura tan hermosa ¡no pueden ser mías! Un aeroplano es una cosa demasiado bella como para poseerla, como la Luna y el Sol. ¡Hay tantas cosas en él! Mire la curva de esa ala, la línea del fuselaje y del estabilizador vertical, el brillo del vidrio y el reflejo del sol sobre la tela y el metal… ¡pero si eso debería estar en el Museo de Arte Moderno!

Qué importa si trabajé hasta reventar para conseguir el dinero o si lo reconstruí yo mismo en el sótano de mi casa o si significa para mí más que cualquiera de las otras cosas que constituyen una vida normal. Qué importa si no gasto dinero en licores, ni en cigarrillos, ni en ir al cine, ni en jugar a los bolos o al golf, ni en comer fuera, ni en comprar un auto nuevo o acciones, ni en ahorrar. Qué importa si amo este avión cuando nadie más en el mundo lo ha hecho. De todos modos, no tiene ninguna importancia, sigue resultando increíble que en el mundo ocurriera algo que hiciera mío ese aeroplano.

Me pongo a pensar en todas estas cosas mientras miro los instrumentos y la radio, la palanca de control, el selector del aceite, los interruptores de las luces de posición, el tapizado de los asientos, los pequeños números del anemómetro y la forma como se mueve la aguja del altímetro cuando hago girar la perilla de ajuste; escucho el viento que, se desliza suavemente por la hierba y sobre las curvas del avión y de repente ya ha pasado media hora. Me siento allí solo en el aeroplano sin moverme mucho ni decir una palabra y me limito a mirarlo y a tocarlo y a pensar en él y en lo que puede hacer: en que puede volar; y media hora se convierte en medio segundo, se ha ido antes de que se mueva la aguja del reloj.

Cabina Cessna 172.

Puede volar. A cualquier parte. Y sé exactamente lo que tengo que hacer con mis manos y mis pies, con los interruptores, controles y pedales, en el orden preciso para lograr que el aeroplano cobre vida y alce el vuelo en dirección a cualquier punto del globo, a cualquiera, y llegar allí si yo realmente lo quiero. A cualquier parte.

Exactamente desde el lugar donde estoy sentado en este momento, en este avión. Nueva York, Los Ángeles Canadá, Brasil y Francia, si instalo un depósito adicional de combustible, y luego Italia y Grecia, Bahrein y Calcuta, Australia y Nueva Zelanda, cualquier parte. Cuesta tanto creerlo y sin embargo es cierto, sin lugar a la menor duda, para cualquiera que maneje un avión. Todo el mundo lo considera un hecho comprobado miles y miles de veces; en cambio yo me quedo sentado en la cabina del avión y transcurre otra media hora y sigo sin poderlo creer. Lo entiendo, es verdad, pero honradamente no puedo decir que logre asimilarlo; así de repente, no puedo creer que un avión vuele. Ése es sólo el comienzo y ni siquiera he despegado. ¡La sola palabra “aeroplano” tiene tanto sentido! ¿Cómo puede haber alguien a quien no le gusten los aeroplanos o les tenga miedo y piense que no son tan hermosos como para quedarse cautivado? Soy incapaz de aceptar que exista una persona, algún ser humano en alguna parte del mundo, que pueda mirar a esta criatura con alas y curvas, y alejarse sin sentirse conmovido.

Con el tiempo llega el momento en que consigo obligarme a hacer arrancar el motor y girar la hélice, pero déjenme decirles que necesito una concentración sobrehumana.

Piper Cherokee 180.

Porque voy a alcanzar el botón y leo la palabra ARRANQUE. Arranque, lo que arranca, el inicio de todo un viaje por el cielo para cruzar cualquier horizonte del mundo. Tocarlo significa que toda mi vida vuelve a cambiar, se desencadenan sucesos que de otro modo jamás llegarían a ocurrir. En el planeta se escucharán sonidos cuando de otra manera habría habido silencio; soplarán los vientos donde habría habido calma; se producirá movimiento y borrosas imágenes donde habría habido nítida inmovilidad. Arranque. Es tan impresionante que me quedo sentado allí con la mano extendida hacia él y tengo que temblar y tragar saliva y preguntarme si soy lo suficientemente humano, si tengo divino Permiso de Dios para poner en marcha todos estos sucesos que cambiarán las galaxias. El botón espera y la palabra es ARRANQUE precisamente, letras negras sobre un fondo color marfil, gastadas después de haber sido tocadas tan a menudo durante los años.

Apriete el botón y comenzará a agitarse un cosmos totalmente distinto: el motor.

MOTOR. Acero inerte en este momento, pero, si yo quiero, se llenará de vida y de aceitados cojinetes que giran y bujías que parpadean en la oscuridad, de la vibración de cables negros como anguilas y de indicadores que despiertan y del humo y las explosiones y el ronroneo y el torbellino de chispas y viento que es la hélice. HÉLICE. La hélice impulsa.

Hacia delante. ¿Adónde? A espacios que no han sentido nunca la mano del hombre, a sucesos que nos ponen a prueba y en los que podemos medir nuestro valor como seres humanos cumpliendo su destino…

Ya se pueden dar cuenta del tipo de trampa en la que estoy atrapado. Prácticamente no puedo hacer nada en el aeropuerto (oh, puerto del aire, refugio de las pequeñas arcas que navegan por los cielos), no puedo simplemente subirme al avión (máquina maravillosa construida según mágicos prin… ) y hacer arrancar (poner en movi… ) el mo… (cosm… ), sin que todo el mundo estalle en dorados rayos de gloria y suenen las trompetas en el cielo y los ángeles revoloteen entre las nubes y canten Aleluya en coros de veinte mil voces, hombres ángeles con voces bajas y mujeres ángeles con voces altas y todo es tan grandioso y magnífico que los ojos se me llenan de lágrimas, que me deshago en alegría, alabanzas y gratitud hacia la Inteligencia del Universo, ¡y ni siquiera he tocado el botón de arranque todavía!

Así me ocurre con todo lo aeronáutico, nada se me escapa, nada que tenga que ver con los aeroplanos. Si me detengo un breve segundo durante el despegue, por ejemplo, estoy perdido de nuevo. DESPEGUE. Despegarse de esos grillos y cadenas que durante siglos han amarrado a la tierra a los padres de los padres de nuestros padres, y que antes que ellos encadenaron a la tierra al lanudo mamut y al diplodoco, y antes que ellos a las rocas y los árboles. Pero en estos momentos tenemos el poder de arrojar esos grillos, de situarnos en el extremo de la pista, llevar hacia delante la palanca de gases y desplazarnos lentamente al comienzo y luego más rápido y más rápido y levantar el morro. En ese momento habrán caído nuestras cadenas. Podemos hacerlo, podemos alzar el vuelo. Podemos volar cada vez que lo deseemos.

Velocidad del viento. Se me ocurre pensar en algo tan básico y simple como VELOCIDAD DEL VIENTO y me siento ahí fuera, en medio del cielo, y mis brazos son alas y puedo sentir ese viento, esa velocidad del viento que me levanta sobre las nubes y me aleja de todo lo falso y me acerca a la verdad, al limpio, honesto y puro cielo. Y escucho nuevamente las trompetas y esos ángeles que cantan a la velocidad del viento. El indicador señala 160 kilómetros por hora; ¿por qué no puedo considerarlo un hecho corriente y no pensar más en ello? Pero no, nunca, imposible. Tiene que ser la gloria.

Ya se darán cuenta del problema. Hangar. Combustible. Presión del aceite. Pista. Ala. Sustentación. Subida. Altitud. Viento. Cielo. Nubes.

Ruta aérea. Viraje. Entrar en barrena. Planear. Incluso Línea Aérea y Mantenimiento, y etcétera, etcétera, etcétera. Se dan cuenta de que estoy como una rata en una trampa.

Todo estaría muy bien, y de hecho he pasado mucho tiempo sin hablar nunca de esto, porque si mi destino es ser un mártir, lo aceptaré humildemente y cargaré sobre mis espaldas el peso de esta extraña enfermedad en bien de todos aquellos que vuelan.

Pero hablo ahora porque de vez en cuando he visto otros pilotos que aterrizan, detienen sus motores y se quedan en sus cabinas más tiempo del necesario para hacer las anotaciones de la bitácora de vuelo, casi como si hubiesen visto la gloria. Y ayer conocí a un hombre que confesó en voz alta que a veces se va al aeropuerto con media hora de antelación y se sienta en la cabina de su Cherokee 180 sólo por el placer de hacerlo y pasar un buen rato antes de hacer andar el motor y dirigirse a la pista.

Yo estoy feliz de haber conocido a esta persona, porque ahora voy a dejar que sea él, el mártir y no yo. Ya no tendré que soportar esa pesada carga, ni escuchar a esos ángeles. Simplemente me subiré al avión, estiraré la mano hacia el botón de arranque y estiraré… la mano… hacia el arranque… Vaya, si uno lo piensa, el botón de arranque es una creación maravillosa. ¿Qué es lo que realmente arranca? Uno no puede dejar de preguntarse…

(*) Richard Bach:

Es un escritor estadounidense. Es ampliamente conocido por sus populares novelas de la década de 1970: Juan Salvador Gaviota e Ilusiones, entre otras. Los libros de Bach exponen su filosofía de que los aparentes límites físicos y mortalidad son solo apariencias. Bach es reconocido por su amor a volar y sus libros relacionados con la aviación. Ha volado como un hobby desde los 17 años.

Casi todos sus libros tienen relación con el vuelo y los aviones. Su éxito más famoso fue Juan Salvador Gaviota. La espiritualidad es uno de los temas principales de este libro, que fue incluido en una publicación titulada 50 clásicos espirituales, y de libros como Manual del Mesías: Recordatorios para el Alma Avanzada e Ilusiones cuyo título original es Illusions: The Adventures of a Reluctant Messiah, entre otros. Después, trabajó como mecánico de fabricación de aviones y como mecánico de estaciones generadoras de energía eléctrica.

«No pierdas tu pasión por el cielo y te prometo: lo que amas hallará el modo de alzarte de la tierra, muy alto, hasta darte respuestas para todas las preguntas que puedas formular». (El puente hacia el infinito).

«Un diminuto cambio hoy nos lleva a un mañana dramáticamente distinto. Hay grandiosas recompensas para quienes escogen las rutas altas y difíciles, aunque esas recompensas permanezcan ocultas por años». (Uno).

SUS OBRAS:

Ajeno a la Tierra (1963) (Stranger to the Ground). Biplano (1966) (Biplane). Nada es azar (1969) (Nothing by Chance). Juan Salvador Gaviota (1970) (Jonathan Livingston Seagull). El don de volar (1974) (A Gift of Wings). Ilusiones (1977) (Illusions: The Adventures of a Reluctant Messiah). Ningún lugar está lejos (1979) There’s No Such Place as Far Away. El puente hacia el infinito (1984) (The Bridge Across Forever): (A Love Story). Uno (1988) (One). Al otro lado del tiempo (1993). Alas para vivir (1995) (Running from Safety). Fuera de mi Mente (2000) (Out of my Mind). Crónicas de los hurones I. En el mar (2002). Crónicas de los hurones II. En el aire (2002). Crónicas de los hurones III. Con las musas (2003). Crónicas de los hurones IV. En el rancho (2003). Manual del Mesías: Recordatorios para el Alma Avanzada (2004) (Messiah’s Handbook: Reminders for the Advanced Soul). Vidas Curiosas: Las Aventuras de las Crónicas del Hurón (2005) (Curious Lives: Adventures from the Ferret Chronicles). Vuela Conmigo (2009) (Hypnotizing Maria). Gracias a tus malos padres (2012) (Thank Your Wicked Parents: Blessings from a Difficult Childhood). Viajes con Puff (2013) (Travels with Puff): (A Gentle Game of Life and Death).

Publicado por prensaohf

Periodista y Corresponsal Naval.

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