¿La Aeronáutica o la Aviación? Escoja

Por: (*) Richard Bach – del libro “El Don de Volar
Publicado por: Prensa OHF

Cuando uno piensa en la Aviación no puede dejar de hacerse algunas preguntas. Son muchas las cosas que están sucediendo al mismo tiempo y todo el asunto es sumamente extraño y complicado y, además, hay en ella demasiados individualistas furiosos que protestan unos contra otros a causa de mínimas diferencias de opinión.

Usted se dirá: ¿por qué iba alguien a precipitarse deliberadamente en ese alocado remolino sólo para convertirse en piloto?

Ante la pregunta, el tumulto se detiene instantáneamente. En medio de un mortal silencio, los pilotos se quedan mirándolo acusadoramente por ignorar algo tan obvio.

—Vaya, porque volar ahorra tiempo, ésa es la razón —dice finalmente el piloto ejecutivo.

—Porque es divertido y eso es lo único que importa —dice el piloto deportivo.

—¡Hipócritas! —exclama el piloto profesional—. ¡Todo el mundo sabe que es la mejor manera de ganarse la vida!

La discusión continúa, todos hablan a la vez y gritan para llamar su atención.

—¡Carga que transportar!

—¡Cosechas que fumigar!

—¡Lugares que visitar!

—¡Gente que trasladar!

—¡Lugares que ver!

—¡Citas a las que acudir!

—¡Carreras que ganar!

—¡Cosas que aprender!

Una vez más se han abalanzado unos sobre otros, discutiendo y gruñendo sobre qué es lo que tiene más importancia. A uno sólo le queda encogerse de hombros y alejarse.

¿Qué podía esperar? Están todos locos.

Y está diciendo algo que es más cierto de lo que cree; el gobierno de la razón pura desaparece en cuanto un avión entra en escena. No es ningún secreto, por ejemplo, que se compra un enorme número de aviones para negocios simplemente porque a alguien en la compañía le gustan los aviones y quiere tener uno cerca. Dado el deseo, es muy fácil justificar la compra, porque un avión es también una herramienta de trabajo que resulta útil, que ahorra tiempo y produce ganancias. Pero lo primero fue el deseo y luego más tarde se improvisaron rápidamente las razones.

Avión Cessna 140.

Por otra parte, todavía existen ejecutivos cuyo temor a los aviones es tan irracional como el amor de otros, y a pesar del tiempo y el dinero, ganado o ahorrado, han dejado muy en claro que la compañía no tendrá nada que ver con uno de esos aparatos que vuelan.

Para mucha gente en el mundo, un aeroplano tiene un encanto especial que el tiempo no consigue destruir. Una prueba muy sencilla demuestra este punto. ¿Cuántas cosas hay en este momento en el mundo, querido lector, que usted quiera real y profundamente poseer con la misma intensa ansiedad con que deseó esa Harley-Davidson color azul metálico cuando acababa de cumplir los dieciséis años?

A menudo, cuando crecemos perdemos la capacidad de desear cosas. A la mayoría de los pilotos les importa muy poco el tipo de auto que conducen, el estilo de la casa en que viven o la forma y el color del mundo que los rodea. Poseer o no poseer alguna cosa material concreta no es nada de estremecedora importancia. Sin embargo, no es raro ver a esos mismos hombres persiguiendo abiertamente y con ansias un avión específico y haciendo enormes sacrificios para obtenerlo.

En términos racionales, la mayoría de los pilotos pueden disponer de los medios para poseer los aeroplanos que tienen. Renuncian a un segundo auto, a una casa nueva, al golf, a los bolos y durante tres años se saltan el almuerzo sólo para tener un Cessna 140 o un Piper Comanche esperándolos en el hangar. Necesitan estos aeroplanos y los necesitan casi con desesperación. Más que la Harley-Davidson.

El mundo del vuelo es joven y está dominado por las emociones y la impulsiva adhesión a un avión o a ciertas ideas sobre los aeroplanos. Es un mundo que tiene tantas cosas que ver y que hacer que no ha tenido tiempo para reflexionar sobre sí mismo con madurez y, a causa de esto, como cualquier adolescente, no está muy seguro del sentido ni de la razón de su propia existencia.

Existe, por ejemplo, una tremenda diferencia entre la “Aviación” y la “Aeronáutica”, una diferencia tan grande que prácticamente son dos mundos separados, que tienen poquísimas cosas en común.

La Aviación, con mucho el más grande de los dos, incluye a los pilotos y los aviones que tienen intereses que van más allá de ellos mismos. La gran ventaja de la Aviación es justamente la más obvia: un aeroplano puede reducir una gran distancia a una muy pequeña. Si Nueva York está a un paso de Miami, uno podría dar ese paso dos o tres veces por semana, sólo por cambiar de ambiente y de clima. Los entusiastas de la Aviación no sólo encuentran que Nueva York está a un paso, sino también Montreal, Phoenix, Nueva Orleans, Fairbanks y La Paz.

Descubren todo eso después de una modesta cantidad de entrenamiento en el no demasiado complicado campo de las condiciones atmosféricas. Con eso pueden satisfacer constantemente su insaciable apetito por nuevos paisajes, nuevos sonidos, cosas que nunca habían ocurrido antes. La Aviación les ofrece Atlanta hoy, St. Thomas mañana, Sun Valley al día siguiente y Disneylandia a continuación. Para la Aviación, el aeroplano es un rápido e ingenioso aparato volador que permite almorzar en Des Moines y cenar en Las Vegas. Todo el planeta no es otra cosa que un gran festín de deliciosos lugares y cada día, mientras viva, este entusiasta de la Aviación puede saborear un nuevo y delicado sabor.

Piper PA-24 “Comanche”.

Para el aviador entonces, mientras más rápido y cómodo sea su avión y mientras más fácil le resulte manejarlo, mejor se adapta a sus necesidades. El cielo es el mismo en todas partes; simplemente el medio a través del cual se traslada el aviador para llegar a su destino. El cielo no es nada más que una calle, y nadie pone mucha atención a una calle mientras lleve a Katmandú.

Pero el aeronauta es una criatura completamente distinta del aviador. Al hombre que está interesado en volar no le preocupan los lugares distantes que se encuentran al otro lado del horizonte, sino el cielo mismo; no le interesa convertir las distancias en una hora de vuelo en avión, sino contemplar lo increíble que es esa máquina que llamamos avión. No se mueve a través de distancias, sino a través de la gama de satisfacciones que le produce elevarse en el aire con total y absoluto control, conocerse a sí mismo y conocer su avión tan bien que puede estar muy cerca de tocar, en su manera solitaria y especial, esa cosa que llamamos perfección.

La Aviación, con sus rutas aéreas y sus estaciones de navegación electrónica y el zumbido de su piloto automático, es una ciencia. Volar, con el rugido de los biplanos, con los veloces aviones de carreras, con sus acrobacias y sus vuelos sin motor, es un arte. El aeronauta, cuyo hábitat es con mayor frecuencia la cabina de algún avión de rueda de cola, se preocupa de rizos y barrenas y aterrizajes forzosos a baja altura. Sabe manejar su avión con la palanca de gases y las puertas de la cabina, sabe lo que ocurre cuando pierde velocidad después de un patinazo. Todos sus aterrizajes son de precisión y refunfuña si no toca tierra suavemente, en el lugar exacto, con su rueda de cola levantando una pequeña nube de polvo al tocar su blanco en la pista.

Cuando un hombre y su avión se someten a una prueba de máximo rendimiento, volar es lo que prevalece. El velero planeador en su corriente de aire caliente trata de mantenerse suspendido más que ningún otro velero y aprovecha cada partícula de aire que sube; eso es volar. Los grandes Mustangs y Bearcats, excedentes de la guerra, gimiendo a 600 kilómetros por hora por sus rutas de carrera y rozando los postes de tela a cuadros en las vueltas; eso es volar. Ese pequeño biplano solitario allá arriba en una lejana tarde de verano, que practica toneles una y otra vez, es volar. Una vez más, volar no es cubrir la distancia desde aquí a Nantucket, sino la distancia de aquí a la perfección.

Reunión de aviadores en un aeródromo, los hay de todas las edades.

Aunque es parte de una pequeña minoría, el que vuela puede penetrar en ambos mundos, el suyo y el de la aviación. Un aeronauta puede introducirse en la cabina de cualquier avión y llevarlo a cualquier parte igual que un aviador. Puede vencer las distancias cada vez que le dé la gana.

Sin embargo, un aviador no es capaz de abrocharse el cinturón de la cabina de un velero planeador o de un avión de carreras o de un biplano para acrobacias y volar con éxito o incluso hacerlo despegar. La única manera en que puede conseguirlo es sometiéndose al largo entrenamiento que irónicamente lo transformará en un aeronauta, cuando haya logrado la destreza necesaria para manejar esos aviones.

A diferencia del proceso relativamente simple que se necesita para entrenar un aviador, volar presenta al novato una gigantesca montaña de interrogantes, de modo que donde se reúnen los aeronautas se oye con frecuencia la exclamación: “¡Caramba, nunca podré aprenderlo todo!” Y por supuesto que es cierto. El piloto de acrobacia aérea profesional o el que corre en aviones o el que vuela sin motor, que practica a diario durante años, nunca dirá, ni siquiera para sí mismo: “Lo sé todo.” Si deja de volar durante tres días, notará el anquilosamiento al cuarto. Cuando aterriza después de haber realizado la mejor de sus actuaciones, sabe que todavía puede mejorarla.

Junte estos dos mundos y saltarán chispas. Para el aviador conquistador de distancias, el aeronauta es un símbolo de irresponsabilidad, un retroceso manchado de grasa a los días anteriores al nacimiento de la Aviación, la última persona que uno mostraría al público si espera que la Aviación crezca.

Para el aeronauta, que busca la destreza, el inexperto mundo de la aviación se ha desarrollado demasiado. “Los pobres aviadores —dice—, realmente no saben qué están haciendo sus aviones cuando realizan una maniobra que no sea vuelo recto y nivelado y son ellos los que, como no les interesa estudiar el comportamiento de sus máquinas en el cielo, recurren diariamente a las estadísticas. Son ellos los que siguen adelante a pesar del mal tiempo, sin saber que, si no son capaces de volar por instrumentos, esas nubes resultarán tan mortales como el gas metano puro”.

El momento de decidirse siempre llega, hay que recurrir al libro de horas y a los recuerdos.

“Nadie es tan ciego como el que no quiere ver”, cita el aeronauta con mal disimulada adversión por el piloto que no comparte su entusiasmo por conocer y controlar completamente el aeroplano que maneja.

El aviador cree que la seguridad en el aire es el resultado de una legislación adecuada y del cumplimiento de los reglamentos. El aeronauta cree que la perfecta seguridad en el aire es el producto de la habilidad del piloto para controlar totalmente su aeroplano, que cualquier avión perfectamente controlado no tendrá nunca un accidente a menos que el piloto desee tenerlo.

El aviador hace todo lo posible para obedecer todas las reglas que conoce. A menudo el aeronauta despega en momentos en que el reglamento lo prohíbe y con la misma frecuencia rehúsa volar en condiciones totalmente permitidas.

El aviador confía en que los motores modernos están muy bien diseñados y que nunca dejarán de funcionar. El aeronauta está convencido que, cualquier motor puede tener un desperfecto y permanece siempre dentro de un radio que le permita planear hasta un lugar adecuado.

Ambos se encuentran en el mismo cielo, el mismo principio mantiene a las máquinas y a los hombres en lo alto; sin embargo, las dos actitudes son tan diferentes que la distancia entre ellas no se puede medir.

De modo que el recién llegado, ya desde su primera hora de vuelo, tiene que enfrentarse a una elección, aunque él mismo no se dé cuenta de que está eligiendo algo.

Cada uno de esos mundos proporciona sus peligros y sus alegrías especiales. Y en cada uno se forman tipos especiales de amistad, que es una parte importante de la vida que se hace por encima de la tierra.

“Bueno, una vez más desafiamos la gravedad”. En este comentario, frecuente después de los vuelos, existe un indicio de los lazos que unen a los pilotos, cada uno en su respectivo mundo. En el aire, el piloto se pone a la altura de cualquier cosa que el cielo tenga que ofrecerle. El cielo y el avión se combinan en su desafío, y el piloto, aviador o aeronauta, ha decidido aceptarlo. El aviador llega muy lejos y por todo el país tiene amigos que comparten su pensamiento y su resolución; el círculo de sus amistades tiene un radio de miles de kilómetros. Su contraparte, el aeronauta, hace sus propias acérrimas amistades, rodeado como está de una minoría defensiva, convencida de la verdad de sus principios.

Vuelo en formación cerrada y acrobacia.

¿Por qué volar? Pregunte al aviador y él le hablará de tierras lejanas acercadas de modo que usted puede verlas, tocarlas, olerlas y saborearlas. Le hablará del mar cristalino y azul que le espera en Nassau, de los luminosos y animados casinos; del tranquilo y silencioso río de Reno; de esa alfombra de luz compacta, ancha como el horizonte, que es Los Ángeles al anochecer; de los peces que dan saltos en el océano, en Acapulco; de pueblos de New England empapados de historia; de los deslumbrantes crepúsculos en el desierto cuando uno vuela de Guadalupe Pass hacia El Paso; del Gran Cañón y de Meteor Crater y del Niágara y Grand Coulee, vistos desde el aire. Le insistirá en que se suba a su avión y en pocos momentos estará viajando a 300 kilómetros por hora para llegar a algún lugar especial con una magnífica vista, en que el chef es amigo suyo. De vuelta en el aeropuerto, después de un vuelo nocturno de regreso, al cerrar con llave su avión, dirá: “La Aviación vale la pena. Más que eso, no hay nada que se le pueda comparar”.

¿Por qué volar? Pregunte a un aeronauta y golpeará su puerta a las seis de la mañana, lo arrastrará hasta la pista y lo instalará en la cabina de su avión. Lo sumergirá en una nube de humo azul o en el suave y palpitante silencio del vuelo sin motor; traerá el mundo en sus manos y lo moverá en todas direcciones ante sus ojos. Tocará una máquina de madera y tela y le infundirá vida para usted; en vez de ver la velocidad desde la ventana de una cabina, sentirá su sabor en la boca y la sentirá rugiendo sobre sus gafas y la verá sacudiendo su bufanda al viento. En vez de enterarse de la altura en la esfera de un altímetro, la verá como un espacio muy alto y amplio que comienza en el cielo y baja directamente hacia la hierba. Aterrizará en prados ocultos a los que nunca ha llegado ni el hombre ni la máquina y planeará sobre la falda de una montaña desde la cual la nieve tamizada por el viento baja en largos y nebulosos velos.

Descansará en un cómodo sillón después de la cena, en una habitación en que las paredes están cubiertas con imágenes de aviones y sentirá el trueno y el impacto de las ideas y la perfección levantarse como un mar huracanado sobre los distintos aspectos del arte y la destreza que lo rodean. El mar se calma con la proximidad del amanecer, y el aeronauta lo lleva a su casa por la mañana y usted sólo quiere dejarse caer en la cama y soñar con superficies aerodinámicas y vuelos de precisión y corrientes térmicas.

Grandes soles giran por su sueño y una Tierra como un tablero de ajedrez lleno de colorido se desliza allá abajo.

Cuando despierte puede que ya esté preparado para tomar una decisión en uno u otro sentido: Aviación o Aeronáutica.

Es raro el hombre que se haya expuesto al intenso calor del entusiasmo de un piloto sin haberse visto afectado de algún modo por él. La única razón para esto es lo irrazonable, ese distante y extraño misterio de las máquinas que llevan a los hombres por el aire. La Aeronáutica o la Aviación, escoja. En todo el mundo no hay nada como ellas.

(*) Richard Bach:

Es un escritor estadounidense. Es ampliamente conocido por sus populares novelas de la década de 1970: Juan Salvador Gaviota e Ilusiones, entre otras. Los libros de Bach exponen su filosofía de que los aparentes límites físicos y mortalidad son solo apariencias. Bach es reconocido por su amor a volar y sus libros relacionados con la aviación. Ha volado como un hobby desde los 17 años.

Casi todos sus libros tienen relación con el vuelo y los aviones. Su éxito más famoso fue Juan Salvador Gaviota. La espiritualidad es uno de los temas principales de este libro, que fue incluido en una publicación titulada 50 clásicos espirituales, y de libros como Manual del Mesías: Recordatorios para el Alma Avanzada e Ilusiones cuyo título original es Illusions: The Adventures of a Reluctant Messiah, entre otros. Después, trabajó como mecánico de fabricación de aviones y como mecánico de estaciones generadoras de energía eléctrica.

«No pierdas tu pasión por el cielo y te prometo: lo que amas hallará el modo de alzarte de la tierra, muy alto, hasta darte respuestas para todas las preguntas que puedas formular». (El puente hacia el infinito).

«Un diminuto cambio hoy nos lleva a un mañana dramáticamente distinto. Hay grandiosas recompensas para quienes escogen las rutas altas y difíciles, aunque esas recompensas permanezcan ocultas por años». (Uno).

SUS OBRAS:

Ajeno a la Tierra (1963) (Stranger to the Ground). Biplano (1966) (Biplane). Nada es azar (1969) (Nothing by Chance). Juan Salvador Gaviota (1970) (Jonathan Livingston Seagull). El don de volar (1974) (A Gift of Wings). Ilusiones (1977) (Illusions: The Adventures of a Reluctant Messiah). Ningún lugar está lejos (1979) There’s No Such Place as Far Away. El puente hacia el infinito (1984) (The Bridge Across Forever): (A Love Story). Uno (1988) (One). Al otro lado del tiempo (1993). Alas para vivir (1995) (Running from Safety). Fuera de mi Mente (2000) (Out of my Mind). Crónicas de los hurones I. En el mar (2002). Crónicas de los hurones II. En el aire (2002). Crónicas de los hurones III. Con las musas (2003). Crónicas de los hurones IV. En el rancho (2003). Manual del Mesías: Recordatorios para el Alma Avanzada (2004) (Messiah’s Handbook: Reminders for the Advanced Soul). Vidas Curiosas: Las Aventuras de las Crónicas del Hurón (2005) (Curious Lives: Adventures from the Ferret Chronicles). Vuela Conmigo (2009) (Hypnotizing Maria). Gracias a tus malos padres (2012) (Thank Your Wicked Parents: Blessings from a Difficult Childhood). Viajes con Puff (2013) (Travels with Puff): (A Gentle Game of Life and Death).

Publicado por prensaohf

Periodista y Corresponsal Naval.

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