Un pedazo de tierra

Por: (*) Richard Bach – (del libro “El Don de Volar”)
Publicado por: Prensa OHF

Un aeropuerto produce un ámbito que no se encuentra en ningún otro pedazo de tierra. No importa el nombre del país en que se encuentre, un aeropuerto es un sitio que uno puede ver y tocar y que conduce a una realidad que sólo puede ser pensada y sentida.

Venga al aeropuerto con una hora de antelación y dedíquese a observarlo, antes de verse absorbido por su preocupación por el nivel del aceite, las bisagras del timón de profundidad y la conexión del interruptor principal. Hay una hilera de aviones ligeros en sus lugares respectivos, aviones que han estado allí esperando para volar cuando usted se dirigía por la pista para despegar. Mírelos de nuevo. Allí hay un Cessna 140 de impertinente nariz con una cubierta de tela plateada sobre el parabrisas, cuidadosamente amarrado. No es sólo un avión ni un montón de remaches y tornillos que vale dos mil dólares, sino la llave que da a un hombre acceso a la relajación y la satisfacción, su manera de alejarse de los problemas de la gente que vive sus vidas en la tierra. Los sábados, o quizá todos los martes en la tarde, desata las amarras y quita la cubierta del parabrisas, pide vía libre y olvida las últimas amenazas de una guerra nuclear. Eso y la preocupación por las multas de tráfico, los formularios de la oficina de impuestos y las letras, todo desaparece con la ráfaga de la hélice que aplasta la hierba detrás de la rueda de cola. Y al poco tiempo se ha ido y las cuerdas que amarran su avioneta quedan sueltas en el suelo.

En la hilera próxima al hangar, hay un bimotor ligero con el símbolo de una compañía en el fuselaje.

—Uno se cansa de volar después de las primeras cuatro o cinco mil horas —suele decir el piloto de la compañía.

Sin embargo, de vez en cuando sonríe cuando las brillantes hélices cobran vida y, si no lo hubiese dicho, uno pensaría que no se sentía cansado en absoluto.

Observe la pista alguna mañana en que no haya nadie volando. Se extiende tranquila y silenciosa en su simplicidad: una franja de asfalto. ¿Qué es entonces lo que le da el aspecto misterioso y extraño de lo desconocido? La pista es el umbral del vuelo, una constante que se encuentra sólo donde un avión toca tierra. A pesar de la inmensidad del país, de sus autopistas, sus llanuras y sus montañas, sólo se vuela donde existe una pista; la ciudad de mayor movimiento queda aislada sin una; la más pequeña granja recibe un aliento de vida si tiene una franja de tierra junto al camino. Puede permanecer desierta y sola durante semanas, pero si hay un pedazo de tierra capaz de tener paciencia, esa franja es uno de ellos. Siempre llega un momento en que un hombre y su aeroplano la descubren, bajan y aterrizan levantando nubes de polvo.

¿Se ha parado alguna vez en el centro de una pista desierta? Si lo ha hecho, sabrá que lo más impresionante es su silencio. Los aeropuertos han llegado a convertirse en sinónimos de ruido y actividad, pero incluso las pistas de los aeropuertos internacionales están impregnadas de silencio. La aceleración de un motor que hace vibrar los cristales de los edificios es sólo el susurro de un zumbido distante cuando se lo oye desde la pista. El ruido de las voces y las señales de radio sólo existen en el interior de las cabinas; la pista misma no recibe las palabras inmersas en el VHF. El silencio de la pista es como el de una catedral y sólo si uno pone mucha atención puede oír los ruidos que se producen más allá de sus límites. Incluso los guijarros y los peñascos que se encuentran a la orilla son diferentes —parte del mundo del vuelo— y tienen tan poco que ver con la tierra como la pista misma.

Cuando uno se encuentra en ese ancho campo pavimentado, tiene a sus pies la historia de cientos de aterrizajes realizados por todo tipo de aviones y todo tipo de pilotos. Las huellas largas y ligeramente ahusadas de gruesa goma negra han sido hechas por unas ruedas manejadas por un hombre que estaba mirando hacia el extremo de la pista y que, sin embargo, sabía que debajo de él los neumáticos tenían que bajar cuatro centímetros más todavía antes de tocar tierra. Ese hombre ha realizado miles de aterrizajes y sabe muchas cosas acerca de muchos lugares donde existen aeropuertos.

Sobre la superficie de asfalto abundan una serie de líneas negras, cortas, delgadas e imprevistas, porque al costado del campo hay una escuela donde se enseña a volar. Esas líneas fueron hechas por gente cuyas mentes estaban atiborradas con las técnicas del aterrizaje y sólo se concentraban en contrarrestar la fuerza del viento, en el movimiento de la palanca de control para levantar vuelo y la temperatura del carburador mientras se preparaban para aterrizar.

En la mitad de la pista hay un grupo de huellas negras, apremiantes; unos pocos segundos después de que aparecieron, el aire sobre el pavimento se calentó con el humo de los discos del freno que oprimían el acero que giraba. Sobre la tierra del costado hay surcos que se endurecen y adquieren un denso color negro al entrar en la pista. Más allá de la marca que señala el centro, hay una huella curva que termina abruptamente donde acaba el asfalto; la hierba que crece allí parece igual al resto que se encuentra junto a la pista, pero por supuesto que no lo es. En un momento fue un montón de tierra revuelta bajo una nube de hierba, polvo y goma que llevaba el desgarrado neumático de un caza excedente de la guerra.

La pista guarda todo esto en su paciente memoria, y también el recuerdo de brillantes luces de aterrizaje que rasgan las nubes bajas de la noche para arrojar las sombras de la hierba sobre los primeros centímetros de superficie dura, y la nítida visión de un biplano Waco invertido en la cresta de un rizo, con la hélice inmóvil, sobre los ojos de una muchedumbre enmudecida. En la memoria de esa pista se conserva también la nube de astillas que se arremolinó en el lugar en que aterrizó un antiguo avión de instrucción con la palanca de control estropeada.

Desde aquí voló más de algún niño para realizar su sueño y mirar las nubes desde arriba. Bajo la oscura capa de caucho de la pista están las huellas discontinuas del primer aterrizaje de un muchacho de pelo rubio que ahora es capitán de una línea aérea y hace la ruta Nueva York-París. Más allá están los surcos que dejaron las ruedas del avión de un muchacho de la ciudad que fue visto por última vez precipitándose solo en un combate contra seis cazas enemigos. Al campo de asfalto no le importa si esos cazas eran Spitfires o Thunderbolts o Focke-Wulf 190. Registra de forma imparcial la historia de un valiente.

Eso es una pista. Sin ella no habría una escuela para aprender a volar al costado del campo, ni hileras de aviones, ni ondas de radio yendo y viniendo sobre la hierba, ni luces de aterrizaje en el cielo oscuro, ni Cessnas 140 con el parabrisas cuidadosamente protegido.

Pilotos novatos y profesionales, aviones de línea, de entrenamiento y de guerra, hombres que han dejado su huella en el cielo y algunos que la han dejado en la cima de alguna lejana montaña. El espíritu de todos ellos está reflejado en el majestuoso paso de la luz del aerofaro, en las negras huellas sobre la pista, en el rugido de los motores que despegan. Ese espíritu se mantiene entre los límites de un aeropuerto desde Adak hasta Buenos Aires y de Abbeville, dando toda la vuelta, hasta Portsmouth. Ese espíritu es el ámbito que tiene un aeropuerto y que no se encuentra en ningún otro pedazo de tierra.

(*) Richard Bach:

Es un escritor estadounidense. Es ampliamente conocido por sus populares novelas de la década de 1970: Juan Salvador Gaviota e Ilusiones, entre otras. Los libros de Bach exponen su filosofía de que los aparentes límites físicos y mortalidad son solo apariencias. Bach es reconocido por su amor a volar y sus libros relacionados con la aviación. Ha volado como un hobby desde los 17 años.

Casi todos sus libros tienen relación con el vuelo y los aviones. Su éxito más famoso fue Juan Salvador Gaviota. La espiritualidad es uno de los temas principales de este libro, que fue incluido en una publicación titulada 50 clásicos espirituales, y de libros como Manual del Mesías: Recordatorios para el Alma Avanzada e Ilusiones cuyo título original es Illusions: The Adventures of a Reluctant Messiah, entre otros. Después, trabajó como mecánico de fabricación de aviones y como mecánico de estaciones generadoras de energía eléctrica.

«No pierdas tu pasión por el cielo y te prometo: lo que amas hallará el modo de alzarte de la tierra, muy alto, hasta darte respuestas para todas las preguntas que puedas formular». (El puente hacia el infinito).

«Un diminuto cambio hoy nos lleva a un mañana dramáticamente distinto. Hay grandiosas recompensas para quienes escogen las rutas altas y difíciles, aunque esas recompensas permanezcan ocultas por años». (Uno).

SUS OBRAS:

Ajeno a la Tierra (1963) (Stranger to the Ground). Biplano (1966) (Biplane). Nada es azar (1969) (Nothing by Chance). Juan Salvador Gaviota (1970) (Jonathan Livingston Seagull). El don de volar (1974) (A Gift of Wings). Ilusiones (1977) (Illusions: The Adventures of a Reluctant Messiah). Ningún lugar está lejos (1979) There’s No Such Place as Far Away. El puente hacia el infinito (1984) (The Bridge Across Forever): (A Love Story). Uno (1988) (One). Al otro lado del tiempo (1993). Alas para vivir (1995) (Running from Safety). Fuera de mi Mente (2000) (Out of my Mind). Crónicas de los hurones I. En el mar (2002). Crónicas de los hurones II. En el aire (2002). Crónicas de los hurones III. Con las musas (2003). Crónicas de los hurones IV. En el rancho (2003). Manual del Mesías: Recordatorios para el Alma Avanzada (2004) (Messiah’s Handbook: Reminders for the Advanced Soul). Vidas Curiosas: Las Aventuras de las Crónicas del Hurón (2005) (Curious Lives: Adventures from the Ferret Chronicles). Vuela Conmigo (2009) (Hypnotizing Maria). Gracias a tus malos padres (2012) (Thank Your Wicked Parents: Blessings from a Difficult Childhood). Viajes con Puff (2013) (Travels with Puff): (A Gentle Game of Life and Death).

Publicado por prensaohf

Periodista y Corresponsal Naval.

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